jueves, 29 de marzo de 2012

Green


Cuando abrí la puerta, la sonrisa de Verde me deslumbró desde el otro lado.
—¿Me recuerdas? —dijo.
—Vagamente…
Sin esperar mi invitación, cruzó el umbral y entró. Al pasar junto a mí, una delicada atmosfera de lavanda me roció y una leve punzada de recuerdo me alcanzó de lleno.
Conocía a Verde desde hacía mucho. En otra vida, en otro cruce, en otro universo, habríamos tenido una oportunidad, en esta partida las cartas venían marcadas y nos limitamos a acostarnos por un par de abrazos que sanaran heridas.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo quitándose el abrigo.
—No lo recuerdo —me defendí.
Hizo un breve mohín y revisó la habitación con sus ojos de jade. Al hacerlo sus cejas se alzaron y algo parecido a un signo de interrogación se formo en su frente.
—Así que… ¿este es el lugar donde te refugias cuando huyes de todo? Me ha costado dar contigo.
Me encogí de hombros y le ofrecí un trago. No estaba demasiado seguro de saber dónde estaba el mini-bar pero por alguna razón, tenía la certeza de que había uno en aquella habitación.
Nos sentamos en la terraza. Anochecía y una débil bruma desfilaba en dirección al puerto. Las farolas brillaban débilmente y en unión con la niebla, creaban una atmósfera nebulosa. Tenue. Como la textura de las capas de una cebolla.
—¿Te importa si enciendo un cigarrillo? Alguien me ha dicho que te has vuelto un tanto talibán con esto del tabaco —pregunto. Y me pareció que mi respuesta no tendría importancia, así que me encogí de hombros.
Sacó un paquete de Marlboro del fondo de su bolso y encendió un cigarrillo. Una columna de humo azulado se elevó en dirección al techo. 
Fuera, la noche se deslizaba ágil tras los cristales.  
—¿Y para qué me has estado buscando? —pregunté.
—Es lo que siempre me pregunto a mí misma —respondió ahogando una sonrisa en sus labios—. Creo —continuó sacudiendo la ceniza del cigarrillo—, que es porque eres un borde incluso follando.
—No entiendo.
—Los tíos sólo se acuestan con mujeres por una razón. Las mujeres por muchas. Eso es una de las características que mejor nos diferencian. Pero tú, eres capaz de hacerlo incluso porque estás cabreado. Eso te convierte en un valor intermedio.
—Una lesbiana…
—Algo así.
Me quedé mirando el oscuro cielo. Las estrellas parpadeaban como luces de un club de carretera.
—Es el halago más raro que jamás me han hecho —dije—. Porque… ¿Era un halago? ¿No?
Sonrió y me besó.
Bocas, dedos, dientes, manos, caderas, genitales, lenguas, cabello… piel.
Cuando la premura de las sábanas cedió nos quedamos los dos mirando el techo. Una grieta desfilaba por su superficie lechosa, resquebrajando ligeramente la escayola.
Por pura inercia besé su hombro desnudo y algo parecido a la tristeza brilló en sus ojos. También yo, con los ojos clavados en la grieta que se extendía sobre mi cabeza me sentí de repente invadido por una ligera ansiedad.
Como un sudario, aquel sentimiento se deslizó sobre mí. Me aferro de las muñecas y me mordió en el pecho. Saltó, como un pájaro herido por mi estómago y se metió en mis tripas.
¿Aquello era todo cuanto me esperaba? Eché de menos el saberme amando y conjugar el futuro en segunda persona. Anhelé brazos y piernas, y dedos y oídos de alguien a quien querer. Y hubiera llorado si mi antipatía no hubiera andado lista y hubiera echado a Verde de mi cama. A regañadientes, fingiendo sentirse ofendida la acompañé hasta el peaje de aquel mundo y la mandé de regreso al mundo real.
De regreso a la quietud de la habitación, la oscuridad invadía todo. Una oscuridad pegajosa, mezquina y abocada a devorar todo, se deslizaba por las paredes de aquel lugar, como un velo invisible de miedo. Salí a la terraza y tomé aire. Como uno de esos engranajes que se oxidan, algo había saltado en pedazos dentro de mí y las esquirlas de metal se habían clavado en el pozo de mi ser con fuerza. Regresé dentro y me vestí deprisa.

martes, 27 de marzo de 2012

Test Idealista para una Revolución Surrealista


1) ¿Qué sería para Ud. ser feliz?
No creo en la felicidad como un continuo. Eso sería como creer en unicornios o en la existencia del alma.  Sino que más bien lo veo como la suma de momentos felices. Un té un día frío, una terraza con amigos, reirme, el amor… esas cosas tan cursis y tan mal vistas estos días. La felicidad está hecha de "ahoras" y es cíclica. 

2) ¿Por qué escribe?
Escribo porque es un modo cómodo de contar algo. Desde luego más sencillo que un grupo de rock, que es lo que hice antes de esto. Y resulta mucho menos frustrante y barato que un psiquiatra. Perdone por el tópico pero es cierto.

3) ¿Tiene algún sueño recurrente?
No. Pero tengo sueños con personas recurrentes.

4) ¿Escribe luego existe, o existe porque escribe?
Escribo lo que soy, lo contrario además de pretencioso sería falso.

5) ¿Cómo fue su primer amor?
No correspondido, como deben ser todos los primeros amores. Si no, acabas creyendo que el amor es como lo cuentan.

6) ¿Qué olor le remonta a su niñez?
Un cuarto lleno de manzanas.

7) ¿Qué le parece irresistible en el sexo opuesto?
La inteligencia, la actitud y los ojos rasgados.

8) ¿Cual es su principal influencia literaria?
Murakami, Tolstoi, Borges, Cortázar… ¡Hay tantos! Pero también la música. Escribir requiere de un ritmo, un tempo propio. Así que Coltrane, Davis o Bach también tienen parte de la culpa.

9) ¿Puede resistirse a una puerta cerrada?
¡No!Las puertas, como las bocas o las farmacias los domingos, cerradas son una cosa horrorosa.

10) Acaban de crear una máquina del tiempo, ¿a qué personaje histórico le gustaría conocer y que sería lo primero que le diría?
No tengo ninguna intención de desplazarme en el tiempo en ninguna otra dirección, ni velocidad, que no sea en las que me desplazo actualmente.

11) ¿Con qué personaje de ficción tendría un romance?
Con ninguno. Un personaje de ficción solo podría tener un romance ficticio y para eso ya está el matrimonio.

12) ¿Cuál considera que es su peor virtud y su mejor defecto?
No sé si es la peor, pero la honestidad me da un montón de problemas. Y en cuanto a mi mejor defecto creo que  me ha costado mucho adquirir cada uno de ellos como para despreciar ninguno enumerándolo.

13) ¿Qué podría sumirle en la más profunda miseria?
Perder el sentido del humor o la capacidad de ilusionarme.

14) ¿Qué ve, cuando se mira al espejo?
Alguien que me gusta a pesar de todo.

15) ¿Como le gustaría morir?
No me gustaría morir. Creo que la muerte es una gran putada. Y a pesar de que la eternidad suena a algo muy aburrido, no me importaría alargar el asunto lo máximo posible. Aunque hace años no le habría respondido lo mismo... Se podría decir que estoy en plena luna de miel con la vida desde hace unos pocos años. 

16) ¿Por qué deberíamos creer que ha vivido? 
Cuando considere que “he vivido” le contestaré. De momento sigo en ello.


17) Piense en la persona que ama. ¿Qué le diría ahora mismo?
Ojalá pudieras verte como yo te veo. Ojalá mis ojos te sirviesen de guía. Ojalá te quedarás lo suficientemente cerca como para dejar de quererte y comenzar a amarte. Ojalá los años fueran, también para ti, un suspiro (...) ¿me ha quedado muy cursi?  


18) ¿Se despierta con alguna canción en la cabeza habitualmente? 
¡Sí! Hoy, por ejemplo me desperté tarareando London Calling de The Clash.¡Y hace siglos que no la escucho!


19) ¿Qué libro hay en la mesilla de su habitación ahora mismo?
Hay dos. Guerra y Paz y El Libro de los Universos. 


20) ¿Cuándo ha sido la última vez que lloró? 
Anoche, viendo La Voz Dormida en DVD. Es una película arrebatadora e intensa que te crea un nudo en el estómago que te dura horas.  

Rachel: Gracias por responder.
Yo: Gracias a ti por preguntar.   

lunes, 26 de marzo de 2012

That day

Había una especie de nudo en el estómago, una imperceptible pero sólida sensación de ruptura aquella tarde. Cómo si el mundo se hubiese salido de su eje. Tú llevabas unos vaqueros viejos y zapatos con puntera, yo camisa de franela y zapatillas. Hiciste una foto de nuestros pies, la única donde salimos juntos, donde se ve un agujero en el asfalto y nuestros cuerpos están tan lejos que se tocan. El sol se ponía allá abajo y los árboles se mecían como sumidos en un sopor primaveral que no nos resultaba del todo ajeno. Estabas envuelta en aquella vieja manta; y yo cruzaba las piernas por no irme hacia ti. Me mojaba las ganas de morderte y dejaba gotear el deseo en forma de tópicos manidos
"Te echaré tanto de menos" "Piensa un poco en mí"
Recuerdo aquella canción sonando en el CD del coche, los segundos deslizándose demasiado deprisa y un ligero olor a alcohol que emanaba de tu boca; una boca que me moría de ganas de besar. Teníamos tanto que decirnos y callábamos tanto. 

sábado, 24 de marzo de 2012

Cronos

Nota: (Añadir al texto la overtura de La Gazza Ladra de Rossini)

Los tubos de neón, como ascuas gaseosas, brillaban sobre mi cabeza. De vez en cuando algo de música decente se escapaba de los altavoces del techo y Miles Davis entonaba un canto de vida en aquel lugar dejado de la mano del dios de las fusas y semifusas. Entonces, yo dejaba por un segundo la fingida pose de capullo pretencioso y tamborileaba los dedos sobre la madera, sin olvidar dar las gracias con un guiño al disc-jockey que me regalaba aquel tibio y terso placer. De nuevo en el Café Brunelleschi me sentía solo frente a la multitud que se arremolinaba en la barra. Vicky, de negro de los pies a la cabeza, iba y venía cerveza en mano. Sonreía y servía copas mientras los ojos de los parroquianos se deleitaban en el delicioso ángulo de sus caderas al caminar. La miré con calma. Deteniendo mis parpados bajo el gastado perfil de sus mejillas. Meditando cada poro de su piel de luna en instantes vacuos de infinita eternidad carnal. Hubo un tiempo, en que me habría instalado en la deliciosa curva de sus hombros para siempre. ¡Sí! ¡Juro que lo hubo!  Ahora, a años luz de lo inocentes que fuimos, sus dedos, cuajados de bisutería barata, lanzaban débiles destellos plateados y como hechizos en forma de alhajas de saldo, brillaban haciendo palidecer soles en el infinito desierto de sus ojos rasgados. Y yo me habría dejado llevar hasta la línea de sus cejas por una simple promesa de su boca.
Me revolví en el taburete. La luna nueva danzaba detrás de la cristalera. No necesitaba verla para saber que seguía ahí, orbitando alrededor de aquella roca sobre la que me dejaba llevar a través del espacio. Desde que la dulce y pequeña Vicky había regresado a la ciudad de los sueños, aquel cielo era un manto de pequeñas perlas engarzadas en la oscuridad de un vacio atronador. Un oasis en el que dejar de meditar las palabras que decir. ¡Oh, sí! La inocente Vicky Vegas convertida en mujer fatal para deleite de mis sueños. Los labios de miel y muslos como gelatina de carne de ángel. ¿Cómo olvidar su boca entreabierta y sus manos enroscadas en mi nuca? ¿Cómo ignorar las promesas que nunca nos hicimos y los halagos que amartillamos con sexo precipitado y torpe? ¿Cómo obviar su almibarada manera de decir que no al tren que ya pasó? ¿Sería acaso posible tamaña desfachatez?
—Piensas demasiado en el pasado—dijo el tipo del sombrero rojo a mi derecha.
Asentí con vehemencia.
—Somos sólo pasado bien mirado —me defendí.
—¡Náh! Ni siquiera se nos permite ese pequeño placer. Somos menos que eso. Menos, incluso, que la cagarruta de un ratón… Somos el polvo cósmico de algún dios encabronado. Por eso tenemos noción del tiempo. Para saber lo jodidos que estamos esperando. Siempre esperando que el tiempo pase.
Olía a desinfectante y el sudor perlaba su frente con un reflejo dorado. Aún así me caía bien. Había algo de mí en sus ojos diminutos.
Le invité a un trago y brindamos por el paso del tiempo. ¿Qué sería de nosotros sin eso?
Desde el otro lado de la barra Vicky nos sonrió y se sirvió dos dedos de Martini.
Nos tomamos varias más brindando por Cronos y su dorado carruaje. Mirando el ambarino líquido en el vaso recordé aquel poema:

Spude dich, Kronos!
Fort den rasselnden Trott!
Bergab gleitet der Weg;
Ekles Schwindeln zögert
Mir vor die Stirne dein Haudern.
Frisch den holpernden
Stock, Wurzeln, Steine den Trott
Rasch ins Leben hinein!

¿Era Goethe? ¿Qué más daba? Necesitaba ir al baño con urgencia. Me despedí del tipo del sombrero rojo palmeando su espalda.
De camino, sorteando la multitud que se retorcía bajo los ampulosos focos, creo que alguien me ofreció un buen precio por una mamada rápida y una chica comento algo del color de mis ojos y las hojas de marihuana. Me daba lo mismo. Yo me contentaba con orinar y después tomar un poco de aire fresco en el porche del local. Había olvidado lo relativo que todo es cuando estás borracho y como echar una meada puede ser tan capital como el tema más fundamental en tu vida. No había urinarios de pie, así que empujé la puerta de una de las cabinas y entré. Me apoyé en las baldosas y me dejé llevar. Me entretuve contemplando el obsceno mural de pintadas que adornaba las paredes y pensé si merecía la pena llamar a una tal Elisa a la que, al parecer, le gustaba por detrás. Lo desestime.  Después, me subí la bragueta y antes de tirar de la cadena, mirando el interior de la taza de porcelana, recordé la harmónica de Slothrop (un guiño literario que no todos entenderán). Me reí con ganas al hacerlo. Dejé atrás a Pynchon y salí. Fuera, el estruendo de la música me sacudió  una bofetada y un par de tipos competían por los favores de alguna dama apoyados en el marco del baño.Tocaba historia aquella noche y aún no sabía cómo comenzar. 

jueves, 22 de marzo de 2012

Ahora


Ahora que la televisión hipotecó nuestras noches
Ahora que la cama se nos hace enorme
Ahora que la Visa paga los vicios confesables
Y nuestra casa huele a hogar

Ahora que los cigarrillos saben peor
Ahora que radiografiamos nuestro pasado
Ahora que los años son sólo parte del guión
Y las tripas se han quedado mudas

Ahora que añoro aquel sillón tan pequeño
Ahora que me siento sobre una montaña de recuerdos
Ahora que las posibilidades cedieron a las dudas
Y el miedo se adueñó de nuestro colchón

martes, 20 de marzo de 2012

Newtonian cop and the quantum killer.

Resumen de lo-no-particularmente publicado con anterioridad o el increíble pero alentador relato sin comienzo y presumiblemente sin final que existía como mero entretenimiento de un puente junto al mar: La policía encuentra un cadáver aupado en lo alto de una valla publicitaria.  
Cap. 2.

Decir que Vicky Vegas era guapa era como  tildar  al papa de católico o afirmar que el mar era azul. Un axioma trenzado de un montón de tópicos a cual más rebuscado. Una interminable ristra de manidos eufemismos en desuso en estos tiempos tan literales.  Pero lo cierto es que era guapa, tanto que, cómo un eclipse solar,  uno podía perder la vista si la miraba directamente.
Metro setenta y cinco de puro deseo embutido en un traje chaqueta azul marino. Diez centímetros de arrogancia engarzados en unos tacones sobre los que aposentar sus delicados pies. Sesenta kilogramos de desdén y una cierta actitud inmisericorde. Los ojos verdes, infinitos, su boca entreabierta, el cabello rojo, lanzando destellos irisados al cielo nocturno. De no ser ateo, el inspector Sallinger atribuiría su creación a algún dios orfebre obsesionado por plasmar la insondable belleza del cosmos en un cuerpo de mujer
¡Oh, sí! La señorita Vegas había vuelto y eso no podía significar nada bueno.
—Si me disculpa, Capitán —dijo Sallinger a la par que hacía un imperceptible gesto a la mujer para que la siguiera.
—Pero —se quejó el capitán Spector—, ¿qué coño te pasa, Sallinger? Te has quedado mirando en Babia como si hubieses visto un muerto, ¡coño!
El detective se alejó unos pasos dejando a Spector con la palabra en la boca y sin dar más explicaciones a su superior. Cuando juzgó estar a la distancia adecuada para no ser escuchado susurró en voz queda:
—¿Qué tripa se te ha roto, Vegas?
—¿Esa es manera de tratar a una vieja amiga? —se quejo Vicky fingiendo sentirse ofendida.
Sallinger le lanzó una mirada de pies a cabeza. Casi había olvidado lo condenadamente bonita que era. Agachó la cabeza con resignación y pensó en la primera vez que ella apareció en su vida.
Por aquel entonces él tenía casi once años. Un mocoso retraído que siempre caminaba encorvado y con la mirada perdida en el horizonte. Parco en palabras y taciturno, más dedicado a estudiar que a labores propias de su edad, sus padres comenzaban a pensar que tenía algún tipo de problema de tipo emocional que le incapacitaba para hacer nuevas amistades o trabar conversación con un desconocido. Pero, aparentemente, lo único que le acontecía al bueno de Sallinger era que sufría una devastadora timidez. Eso y que nunca tenía demasiado que decir. Las pocas palabras que salían de su boca no iban más allá de los monosílabos para demostrar su afinidad o aversión por ciertas cosas y alguna frase medianamente elaborada de vez en cuando. Esa parquedad le condenaba, inexorablemente a no relacionarse con prácticamente nadie. Así que, cuando el fantasma de Vicky se le apareció por vez primera y le habló, casi se orina encima. No era para menos. Uno no es visitado por el espíritu de una antigua bailarina de burlesque de los años veinte sin por lo menos hacer algún aspaviento. Pero, por extraño que pueda parecer, Vicky, o la señorita Vegas como él la llamaba siempre, resultaba, de algún retorcido y extraño modo, una presencia natural en su vida. Por alguna razón que el propio Sallinger desconocía incluso pasado el tiempo, Vicky era lo más parecido a un amigo que jamás había tenido. De igual modo, tampoco el hecho de qué sólo él pudiera ver a la encantadora Vicky ayudó en la vida social del niño. Así, las apariciones del fantasma se transformaron en parte de su existencia y le acompañaron desde entonces. No siempre de modo continuo, sino que en ocasiones, Vicky se ausentaba de su vida para regresar unos pocos meses después. Y unas cuantas décadas más tarde y tras una inesperada ausencia que ya duraba casi un año, allí estaba de nuevo. Frente a él. El espectro de la grácil y hermosa señorita Vegas.
—Ha pasado mucho tiempo. ¿Dónde has estado? —dijo Sallinger.
Vicky alzó sus cejas y una especie de interrogación quedó colgada de sus imperturbables pestañas. Suspiro antes de hablar.
—¡Oh, ya sabes, querido! Voy y vengo. La muerte ya es demasiado aburrida de por sí como para quedarse en el mismo sitio siempre.
Sus finos y delicados dedos se palmearon el abdomen. Al hacerlo, una nube de destellos plateados de falsa bisutería flotó en el ambiente. Sallinger posó sus ojos de modo inconsciente en el lugar donde, casi 80 años atrás, algún bastardo había encajado dos balas del calibre 9 en el delicioso cuerpo de la señorita Vegas. Dejándola desangrarse en un sucio callejón. Al menos, eso era lo que ella siempre decía para explicar cómo había cruzado a la tierra de los muertos.
—¿Y ya está? —bramó el detective—. ¿Desapareces durante casi un año y eso es lo único que se te ocurre decir?
Las voces llamaron la atención del capitán Spector quien  miró durante unos segundos con curiosidad desde la distancia. Temeroso de que se acercase a preguntar qué sucedía, Sallinger le lanzó un gesto tratanto de simular que no pasaba nada. Se arrepintió al instante de hacerlo.
—Perfecto —dijo el detective—, ahora, además de inútil creerá que se me va la cabeza y hablo solo.
—Querido —interrumpió sus pensamientos en voz alta Vicky—, no deberías preocuparte por lo que opine de ti ese inepto de Spector. Te lo he dicho siempre. Tú tienes un talento especial para estos asuntos. Él sólo es un poli alopécico e incompetente.
—Un poli que es mi superior y que no sé qué va a pensar al verme hablar sólo. Por lo menos podrías hacerte corpórea unos minutos para que el te viera y no creyera que estoy loco… como aquella vez.
La mujer sonrió maliciosamente, dio un paso en dirección a Sallinger y sus manos acariciaron con un gesto que se podría catalogar como tierno el rostro del detective. Obviamente, el detective no podía sentir realmente las manos de ella en sus mejillas, sólo era un ectoplasma, una nube de antimateria o vaya-usted-a-saber-que de forma antropomorfa, una probabilidad cuántica en algún punto indeterminado del espacio-tiempo, aún así, un escalofrío recorrió su columna vertebral.
—Si no me falla la memoria —dijo la señorita Vegas—, aquella vez me hice corpórea por otros asuntos que no tenían nada que ver con una investigación criminal y si tú no hubieras sido tan mojigato…
El policía cortó el rumbo que aquella conversación parecía tomar con un gesto resuelto. Ella se retiró unos pasos hacia atrás.  Sallinger  se  pasó la mano por el rostro y la dejó unos segundos así, ocultando sus facciones, cómo una pueril manera de alejar de su campo de visión a la mujer. Maldijo mentalmente la aparición de Vicky. Resignado, suspiró, entreabrió los dedos y por el hueco entre el mediano y el anular aparecieron sus ojos almendrados mirándola fijamente.
—De acuerdo, Vicky. Supongo que has venido a ayudarme en este asunto —lanzó una mirada a la valla publicitaria—. El Asesino Cuántico de nuevo, imagino.
Vicky asintió.
Sallinger lo supo nada más ver el cuerpo de su última víctima  incrustado en el anuncio de una marca de ron, justo en el espacio entre una mulata de generoso escote y un tipo con pintas de turista apocado. No había posibilidad de que nadie hubiera izado el cadáver hasta allí y mucho menos a plena luz del día. Aquella hipótesis sólo se la podía tragar alguien obtuso y corto cómo Spector. Tan sólo una curva de probabilidades que únicamente la azarosa mecánica cuántica podía resolver daba una explicación a todo aquello. Simplemente, el cadáver había aparecido allí por pura matemática. Como las veces anteriores.
Sallinger hizo mentalmente repaso de las ocasiones en que en el pasado se hubo topado con aquel psicópata y cómo una goma elástica, sus recuerdos retrocedieron en el tiempo. El primero se remontaba a 4 años atrás.
Por aquel entonces, él era un poli recién llegado a **** sin mucha experiencia y al que le tocaba lidiar con los asuntos que los demás no querían. Sí. A él le tocaba limpiar la mierda que los demás desechaban y aquel caso apestaba. Un chico de veinte años cuyo cuerpo apareció de improviso en el estanque de un parque del centro de la ciudad un domingo por la mañana. Así, literalmente a-pa-re-ció. Ninguna de las docenas de personas que frecuentaban la zona había visto a nadie depositar el cadáver en el estanque y la mayoría de los testigos, manifestando su propia incredulidad, aseguraban que la víctima había simplemente surgido como caído del cielo. La posterior autopsia reveló que el chico había muerto de un fuerte traumatismo, cómo si alguien le hubiese arrojado de gran altura sobre el estanque pero, obviamente eso era imposible. Ocho meses después, un atónito taxista atropellaba en la ronda de circunvalación a un hombre de mediana edad que apareció como por ensalmo en su carril. Pesé a llevar encima alguna copa de Soberano, el conductor parecía estar perfectamente y en su sano juicio y manifestó repetitivamente que la víctima había aparecido de la nada. Trece meses después una prostituta y su cliente se llevaban el susto de su vida cuando una mujer de cuarenta años con un serio problema de sobrepeso caía sobre el coche aparcado en un discreto descampado, dónde llevaban a cabo sus “negocios”. Además del cadáver, la ambulancia se llevó al cliente quien hubo de ser tratado de diversas heridas causadas por los dientes de la chica en su miembro. Dos casos más hacia  diez meses (justo cuando Vicky despareció) y seguidos por un intervalo de tan sólo dos días e igualmente  sorprendentes cerraban la lista, hasta esa noche.
En todos los casos, la policía se  había visto incapaz de dar una explicación plausible y ante la falta de un arma homicida, así como de un patrón de actuación, los expedientes habían sido cerrados. El azar a veces era un asesino implacable.
Pero  Sallinger  conocía la verdad que se ocultaba tras aquellas misteriosas muertes.
La propia Vicky se lo había revelado cierta tarde de un febrero semi-primaveral, cuando los almendros comenzaban a florecer antes de tiempo y una ligera brisa que traía olores del mar agitaba sus por entonces abundantes cabellos. Colifatto era un desconocido en el cuerpo. Un pobre detective recién llegado a la ciudad. Un número más en una interminable lista de Don Nadies,  al que sus superiores ninguneaban y tenía fama de extraño y taciturno. No hacía ni dos horas que el vehículo de la funeraria se había llevado al Fantasma del Parque, cómo la prensa había bautizado al desventurado chico caído en el estanque y Vicky se le acercó de improviso, conminándole a dar un paseo por el parque.
—¿Qué sabes sobre mecánica cuántica? —le había dicho Vicky a bocajarro.
Aquella no era precisamente el tipo de pregunta que sueles esperar del espectro de una bailarina de burlesque que lleva 80 años muerta, y tras el preceptivo encogimiento de hombros,  Sallinger  respondió sin estar muy seguro de adónde iba aquella conversación ni si estaba convencido de querer saberlo.
—Sé —dijo—, que es una cosa que suena increíblemente pedante. Uno de esos temas que sólo sacas a colación si quieres tirarte el pegote con alguna chica.
Vicky sonrió.
Veinte minutos después y tras una apresurada y seguramente poco aprovechada charla sobre el tema, a  Sallinger  la cabeza le rebosaba de gatos encerrados en cajas, ondas, partículas, quarks, gluones, neutrinos,  y algo acerca de posibilidades y curvas de acierto que no alcanzaba ni siquiera a comenzar a entender. Pero, además de reafirmarse en su por otra parte consabida inutilidad para entender nada que no estuviese bajo sus narices,  había sacado un par de cosas en claro.
En primer lugar que una ecuación le resultaba tan condenadamente ajena y poco entendible como el arameo. Y en segundo lugar, y mucho más importante, que alguien utilizaba ciertas y poco entendibles habilidades que tenían que ver con determinados aspectos que sonaban a magia,  le permitían saltar en el tiempo-espacio como si fuera el sofá de su casa, y se había dedicado a asesinar gente durante casi 70 años, sin ser atrapado nunca.
Aquella revelación habría sido tomada por el detective como un delirio o una simple elucubración de una mente enferma. Pero, siendo honestos, el que te lo diga alguien que lleva más de 80 años muerto, es sin duda un punto a tener en cuenta para dudar de la realidad y atribuirle, como mínimo, cierta credibilidad. De cualquier modo, cómo se vio en los meses posteriores, los muertos que el asesino cuántico iba dejando por la ciudad eran reales y  Sallinger no pudo, por mucho que su sentido común lo deseara, ignorarlos. Además, tampoco es que los crímenes le ignoraran a él. Los destinos de la señorita Vegas, el recientemente bautizado como asesino cuántico y el suyo mismo quedaron unidos a partir de entonces.
Cada vez que el asesino actuaba, la ley de probabilidades daba un sorprendente giro y el caso acababa de algún u otro modo siendo encargado a Sallinger. El detective, quien ni siquiera saberlo, era un firme defensor de la mecánica newtoniana, y por lo tanto le tocaba un poco los cojones tanta probabilidad y función de onda, comenzó a verse inmerso en aquellos crímenes que desafiaban la lógica y el sentido común. Uno tras otro, los escenarios de los crímenes se convirtieron en un espacio más de su ya de por sí atribulada vida. Y entre muerte misteriosa y muerte misteriosa,  Sallinger fue ganándose una inmerecida fama de reputado detective gracias a otros casos. Inmerecida porque en honor a la verdad, era a la ayuda de la señorita Vegas a quien había que atribuir aquel mérito.
Cómo un pacto tácito y nunca expresado en palabras, el espectro de Vicky le acompañaba en sus investigaciones desde que ingresará en el cuerpo. Le guiaba hasta pistas que ni el policía más avispado habría sido capaz de imaginar, le aportaba una perspectiva diferente de cada muerte, de cada asesinato y eso, unido a la inquebrantable  confianza en la concatenación de la causa y efecto y la fe en un sistema metódico y disciplinado por parte del policía, les convertía en una pareja brillante.
Por supuesto,  Sallinger no podía hablar a nadie de Vicky. Ni de ella, ni del fantasmagórico asesino que se había convertido en su némesis. Eso habría supuesto, como mínimo, unas cuantas visitas al psicólogo del departamento y  generar más dudas de las que su obsesiva-compulsiva manera de ser ya despertaba. No.  Sallinger no estaba dispuesto a que se cuestionara su capacidad mental. Y, por mucho que en ocasiones algunos compañeros juraran que le veían frecuentemente manteniendo conversaciones consigo mismo o se quedara mirando a Babia en la escena de un crimen, consiguió pasar por un trasnochado y estrambótico policía con un estilo peculiar pero jodidamente efectivo en su trabajo y no por un loco que aseguraba trabajar con una muerta como ayudante. Y si bien no despertaba demasiadas simpatías entre sus compañeros, tampoco es que le odiaran con vehemencia.  Bueno, no sé puede tener todo en la vida.
Las palabras de Spector le sacaron de su ensimismamiento.
—¿Y bien? —inquirió el capitán—. ¿Llevas el caso o te voy buscando un destino más acorde a tu sensibilidad?
Sallinger expulsó todo el aire que tenía en los pulmones antes de responder.
—Yo me ocuparé de ello —dijo con tono resignado.
Vicky le lanzó una mirada de aprobación mientras el capitán se alejaba con grandes zancadas de la escena.
El detective sacó su teléfono móvil y busco en la agenda el número de la única persona que aparte de Vicky y él mismo conocía la existencia del asesino cuántico: el profesor de física teoría Benjamín Tenebrox. 
 © 2009 -2012 Óscar Soto y Shampo Publishers, TK. 

sábado, 17 de marzo de 2012

Hell Awaits... In The Corner of Your Lips

A las 7 de la mañana, el sol que se trasparenta más allá de las cortinas, más allá de las montañas azules al oeste, del mar  que brilla en hebras salinas al otro lado de este fin de semana elongado, de las luces del alba, del tráfico, de la prisa y el paso presuroso y el pegote de maquillaje puesto deprisa, inunda la habitación del pequeño hotel.
   —Y si no fuera así…  —después calla, con los ojos perdidos en algún lugar tras mis ojos, con la sabana cubriendo sus rodillas y las manos recogidas en el regazo—. Si no te estuvieras muriendo. Si no fuese verdad… ¿Estarías aquí conmigo? ¿Ahora? ¿Algún día?
Yo me encojo de hombros. Me encojo y callo y enciendo un cigarrillo y se lo tiendo. Y la miro como si no fuese a verla de nuevo, como si esa mañana, la luz del sol que navega por el suelo de madera, camino de la cómoda que cruje y rechina al recibir su bendición luminosa fuese un paréntesis, un apéndice, indoloro y artificial. Un tentáculo, oscuro y yesoso de plástico que ha nacido en medio de esta historia.
Y ella, salta de la cama, y se sacude la pregunta que queda suspendida en sus labios dulces y embriagadores como dos pares de puntos suspensivos…  para rodar bajo la cama poco después. Y se viste despacio, se viste para mí, como si interpretara una sinfonía de piernas, zapatos de charol negro, codos, chaqueta de punto gris, manos, bragas, ombligo, sujetador de encaje rojo, espalda, medias de rejilla, cuello, y se recoge el cabello en una sencilla y nacarada coleta.
Después, sale del baño,  dejando atrás el sonido de la cisterna del retrete, y las baldosas empañadas, manchadas de humedad y salitre, se pone la alianza en su dedo anular, con la inscripción de su nombre y el de su bien amado marido y una fecha del mes de julio en que brillaba un sol como de oro y los invitados, pomposos y embutidos en sus trajes relucientes y esplendorosos reían y  deseaban bienaventuranzas a la feliz pareja, y que ahora brilla emitiendo un cegador resplandor dorado ante nuestros ojos reales y adúlteros.
Se inclina hacia mí, con la chaqueta en su brazo, y me besa en los labios y me dice que me llamará… y se va. Dejando en la estancia el olor dulzón y almibarado de un agua de colonia que compró en una tienda del aeropuerto.
Paso el resto de la mañana, encendiendo un cigarrillo tras otro, rellenando un cenicero de cristal con el logotipo del hotel en colores añil y oro que amenaza con desbordarse, desnudo, sobre la cama. Mirando al techo mientras la columna de humo se alza lenta, danzando con la corriente de aire que se cuela tras de los ventanales.


lunes, 12 de marzo de 2012

Dream in D Minor N. 1



Era comienzos de primavera pero para entonces, la noche ya era tibia y suave. La brisa mecía mis ropas y las hogueras en la playa brillaban dejando en mis parpados un zumbido rojizo. Nos habíamos reunido allí, entre risas y vino con que combatir el relente de la noche para ver la migración de las estrellas. De alguna parte llegaba una música amortiguada que se mezclaba con el rumor de las olas batiendo la orilla. 
La espuma resplandecía lechosa, disolviéndose en jirones acuosos instantes después.
Alcé mi cabeza al firmamento cuando una chica comenzó a gritar nerviosa.
¡Ya se acercaban!
Todos miramos hacía arriba en silencio.
Cómo inmensas bandadas blancas, miles de estrellas cruzaban el cielo nocturno en perfecta formación.
Zigzagueaban sobre nuestras cabezas, emitiendo un murmullo terso cuando sus átomos friccionaban la atmósfera. Zumbaban con un suave aleteo al recorrer la franja de noche; una especie de ondulación agradable que vibraba en mi cabeza. Recorrían el cosmos con la llegada de la primavera, buscando la suavidad de lugares más tibios con la llegada del calor. 
Joyas iridiscentes engarzadas en la negrura de la noche. Como aves de paso, cruzaban el firmamento y nosotros sólo mirábamos hacía arriba. 
Las bocas entreabiertas, los ojos como platos. Los murmullos de asombro flotaban sobre nosotros como pompas de jabón.
En perfecta formación de V, las estrellas se alejaron en dirección oeste, dejando tras de sí estelas de ceniza azuladas que permanecieron en el cielo tiempo después.

Soñado el 6 de marzo.
Música; Joe Hisaishi, Summer

domingo, 11 de marzo de 2012

This one's for you...


Descendiendo la rampa de acceso al planetario, la lluvia arrecia y los niños y sus madres huyen de la tormenta. Corren torpes, asiendo sus mochilas, buscando cobijo en los edificios que rodean el parque. También yo me refugio bajo la marquesina de un kebap y pienso que a lo mejor te has rajado. Diez minutos después, las nubes siguen allí pero tú apareces. Te disculpas por el retraso y me abrazas mientras te quitas el casco. Nos tomamos un café tras desechar un bar que huele a desinfectante.
Caminamos por el parque sumido en la quietud de la tarde. Un pato se eleva sobre nuestras cabezas, desfila agil en dirección al sur. Me enseñas la biblioteca que dormita en el silencio de los portatiles y el pasar de páginas y yo pienso que si quieres que esto sea algo más que un "apretón" lo estás bordando. Te miro con ojos de adolescente mientras susurras que te gusta ese rincón y pasas tus dedos por el lomo de los libros japonesés apilados en la estantería. Quisiera cogerte la mano. ¿Eres consciente de que podría enamorarme de una chica que me lleva a una biblioteca en nuestra primera cita?
Cuando salimos a la calle, el tráfico y el volumén de nuestras voces me devuelve a la realidad. Tomamos un té en un bar. Sus mesas imitan vagones antiguos y hay una falsa vista de un paisaje y una lamparita de cristal y la camarera no deja de mirarnos complice, aunque tú no te des cuenta. ¿Tanto se nos nota? Me regalas algo deliciosamente inocente. ¡Joder, para o me colgaré de ti!, lo digo en serio!
Paseamos en silencio bajo los edificios mojados. Tú quieres fumarte un canuto y yo me muero por besarte pero esta vez voy a dejar que las cosas vayan por sí solas. La chica que nos sirve tiene los ojos claros y el sexo le asoma por la punta de la lengua pero tú hablas de texturas en la comida y me olvidó de mi apetito por las camareras cubanas. Continua... esta tarde, quiero saberlo todo sobre ti.
Veinte minutos después, el escenario ha cambiado. Las calles se han llenado de gente paseando indolente y la luz de las farolas lo recubre todo. Sentados junto a la ventana, compartiendo baldosas con unos adolescentes colocados, hablamos de arte pornográfico, de pies negros con dignidad, del karma y del sexo como respuesta. Y yo sólo quiero besarte. El viejo truco de "hablo demasiado" y tu boca está en mi boca y tus manos en mi nuca...
No pararía de hacerlo. Me pasaría el fin de semana recorriendo tu lengua con mi lengua. Asiendo tus pestañas con mis deseos. Cosiendo lo que eres en mi retina.
Te veo en el próximo parpadeo...

martes, 6 de marzo de 2012

Cuando me tropiezo con el canto de tu recuerdo...



>Subject: estado de ánimo (estado de excepción)
>Date: Thu, 30 Mar 2*** 01:40:07 +0200 (Hora estándar romance)

Te juro que no lo busco, ni siquiera lo disfruto. Palabra. Pensarte es como despertar con una sensación amarga en la garganta, y volver a dormir y querer sumergirte de nuevo en ello, cosiendo bajo los parpados otros mundos. Cómo colarte entre bastidores en un espectáculo de magia, solo para comprobar que imaginar es mejor que ver... (a veces). 
Hoy me tropecé con el canto de tu recuerdo al despertar y siguiendo con el pésimo símil, tuve que agarrarme la espinilla  mientras maldecía a viva voz en la penumbra de mi habitación. 
No guardé emails de ti, ni fotos, ni canciones... si me apuras, hasta los recuerdos están prostituidos, pero eso, me temo, no juega a mi favor...  mas, por lo visto, algo me hizo arrinconar en el fondo de un DVD ajado un email tuyo con fecha del 30 de marzo de 2***... Ufff!!! La de tiempo desde entonces que he consumido en forma de música, poesía, besos, risas, lágrimas y demás... la de veces que me he arrepentido de ti para volver, segundos después, esta especie de adicción vampirica a tu ausencia. "La de agua que ha pasado bajo el puente",  parafraseando a Bogart. No se debería guardar nada de momentos felices, ¿no crees? Deberíamos arrojar al sumidero del tiempo todo rastro de "ahoras" pasados. Pero eso sería darte la razón sobre trenes y momentos y bueno... sigo sin ser fácil de domesticar. 
Fue increíble leerte, como si 6 años fueran una décima de segundo. Cómo si en un suspiro cupiese el jodido universo entero. Qué fácil fue recordar, abrir las compuertas... y dejarme llevar por esa etimología propia y pluscuamperfecta que siempre cultivamos. 
Me sorprendí sonriendo al  monitor, escuchando tu voz. Alto y claro, como cuando en aquellas noches rompías el silencio que nuestras manos imponían y asomados al valle jugábamos al "tú la llevas" con el deseo. ¿De verdad nunca echas de menos aquello? ¿En serio jamás piensas que debimos haberlo intentado? ¿Que fue genial todo, incluso ciertos momentos de, digamos, vergonzosa ausencia?...  
¿Por qué sigo queriéndote con semejante falta de practicidad? ¿Cómo es posible siquiera eso si amar se conjuga exclusivamente en presente? No lo sé... Pero siento que es así a cada paso que doy. No hay un solo día en que no me muestre convencido a mí mismo de que tú fuiste, a pesar de todo, una excelente elección para alejar los fantasmas de los análisis y los TACs... pero sobre todo para recuperar las ganas de querer volar acompañado. 
Me jode mucho saber que las palabras son mis pociones y que contigo da igual el empeño que ponga en conmoverte... la tarea es inversamente proporcional al cuadrado del esfuerzo y me convierto en un viento tan estéril que no consigue ni agitarte un insignificante segundo.  Me produce mucha rabia saber que moriré sin volver a verte y que para rozar el patetismo, serás lo último en lo que piense...
Pero si yo solo quiero saber que sigues viva de vez en cuando... tomar una de nuestras (tuyas) míticas cervezas mientras cae la tarde y el mundo se esfuma tras los cristales del bar. Si no quiero nada que no sea saber que existes y que además, a veces, eres.


domingo, 4 de marzo de 2012

Multiverso



Morí, por primera vez a los 29. Ahogado en mi propio vomito en un sucio baño de un club de l'Enxample. Mientras XXXX esculpía susurros con sus pestañas infinitas, yo era un suicida sin nombre y mis últimas palabras fueron para ella. Me recorté, después, en un vendedor de humo. Naciendo de nuevo entre delicadas volutas de pura voluntad. Me até a quien más me quiso y cómo premio a su amor, le traicioné en cuanto pude con una golfa de una ciudad sin mar. Decida el lector si fue la inercia o esta vieja fatiga de todo quien me hizo actuar así. No importa. La muerte es demasiado tibia para hacer daño dos veces. Así que camine... seguí caminando. Tracé parábolas imposibles, trenzando con palabras experimentadas las mentiras más reales que nadie ha acometido jamás. XXXX se convirtió entonces en una suerte de metáfora de las mujeres que quise (pero no pude) amar. Fue bruja, mentirosa redomada, ángel de óxido e incluso mal de amores como una mala jugada. Y volví a morir. Esta vez de aburrimiento. Para hacerlo tuve que elevarme hasta un cielo yermo y meter mi polla en tantas nubes que me sentía mareado, para después eyacular en un mar de certezas a medias sobre el que brillaba un sol de estaño. Una vez preñado el mundo que inventé, me dediqué a morir, cómo quien oye llover en una bañera. Tomé drogas, me emborraché, y me peleé con todo lo que sabía, tan sólo por pura vocación destructiva. Hoy, regresó a aquel baño y miro las baldosas sucias y llenas de mugre. Y me pregunto en qué parte del camino elegí esta vida.
¿En qué instante la posibilidad fluctuó en esta realidad y la onda colapsó en lo que veo en el espejo?