sábado, 18 de mayo de 2013

Tale Of The Hundred Tongues


Cuando regresas, de nuevo al hogar, donde (ya) todo es más viejo, más vacío y gris. Y el tiempo, que se agazapa en los recuerdos, en cada esquina de la sucia y gastada ciudad, listo para saltar, uñas, dientes, garras…  Y decides juguetear un poco más con la leve sensación de abandono. Y corres, corres, corres…
Anestesias la realidad, con pedacitos, livianos, tersos, vagos, de otra realidad, otro espejo, otra vida, otros disfraz y mascaras de bailes de salón y maquillaje para demostrar (y de paso demostrarte) que elegiste la opción correcta. La única, la mejor.
El error transversal e insomne que cabalgaba esos meses junto a tu velo de nacarada ternura y displicencia, ahora es solo una laminado sentimiento de culpa, que a veces regresa, pero tú, con la habilidad de un prestidigitador, sabes adormecer. Sabes acunarlo en noches como esta. Pulirlo y darle brillo para dejarlo, otra vez, descansar hasta la próxima rabieta. Hasta el siguiente fallo en tus defensas, firmes inquebrantables. Resuelto en tu decisión de cerrar el capítulo.
Pero sigue llorando, como una abandonada y desolada sensación de miedo y tú le escuchas tañir, una y otra vez, esa campana bruñida e insolente que anuncia el alba de tus días de vino y risas.
Porque te mueres en esta vida, y no te mueres de vivir. Te mueres de muerte, te mueres de muerte, amigo. Que es la peor de las muertes.