Al otro lado de la línea telefónica tu respiración se esparce por la habitación, de la distancia, del absurdo tiempo tangencial e inconstante en su terquedad por separarnos.
—¿Eres feliz?
Un silencio de duda y después:
—Sí, lo soy.
¿Puedo alegrarme de que lo seas sin mí? ¿Duele menos imaginarte plana, vertical y sumisa?
Te sientas en el balcón, fuera, allí abajo, los coches pasan despacio, arrojando el agua del asfalto hacia las aceras. Tom Waits canta y enciendes un cigarrillo.
Tell it to me,
Tell it to me…
El mundo, como un ente flamígero y abandonado, libre de toda culpa, siguió girando después de colgar el teléfono. Tras el odio reprimido, las copas de los árboles se mecen entre espasmos de una primavera venida a menos. De sus hojas, como ociosos gusanos, se desliza la divina amnistía entre tú y yo. Y el sol se derrama sobre nuestras cabezas insolentes.
Menos que un punto y aparte, menos incluso que un punto y final. Dejamos la página sin cerrar.