Adoro los paraísos artificiales
que flotan en mi sangre
desde que me bendeciste.
La deliciosa fruta
que probé en tus labios de sal.
El anacrónico sabor de tu vientre
las noches de otoño.
La niebla que inhalo
se cuela en mí.
Cabalgando en mis sienes,
golpeando mi ajado corazón.
Me despierta el rumor,
de palabras vacías, en la vieja taberna
Nado entre alcohol, ebrio de todo,
henchido de poemas.
El aceite con que ungiste mi frente
guía ahora mis pasos.
Me dicta el camino,
caminos de rosas,
y lechos calientes,
De bocas anónimas y tumbas abiertas.
Nada es como solía ser ya,
y que más da.
El opio que se desliza en mi garganta,
retumba en estos pulmones
cansados de tanto aire calmado.
Hartos como están de respirar.
El delicioso sopor que me invade ahora
me lleva derecho a un cielo
de sueños eléctricos,
mientras el viento me mece como una hoja.
El universo se cuela en mi boca,
y floto en un mar cosido a jirones
entre los brazos de un animal,
que me llama por mi nombre
y borra mi memoria.
Todo ha dejado de tener valor ya.
Todo es hueco y yermo,
nada es tan preocupante como para despertar.
El jardín secreto de los dioses ya olvidados
me recibe con los brazos abiertos de par en par.
Y soy un insecto que flota entre sus flores
con mis sentidos dormidos.
Como un pedazo de eternidad más,
el viento me lleva lejos de cuanto un día fui
me arrastra donde nadie pueda alcanzarme
como un pedazo de eternidad más.
La eternidad es a lo que pocos aspiran ya...un abismo que me atrapa siempre...siempre...eternamente.
ResponderEliminarUn besote, Tito.