sábado, 19 de noviembre de 2011
I Belive
Creo, a medias y bajo sospecha, en los dimes y diretes de todo lo que abarca tu boca.
Creo, a pies juntillas, en la resurrección de la carne, cuando deslizo mis dedos por tu piel.
Creo, de mala gana, en la bondad y la belleza que sobrevuela las ciudades de los humanos.
Creo, con imperturbable duda, en el futuro como respuesta a otras respuestas.
Creo, de modo visceral, en recorrer el cosmos para hallar todas las preguntas.
sábado, 5 de noviembre de 2011
Great Expectantions... (gave bad omen)
Tengo recuerdos de aquella casa. Solíamos fumar, apoyados en el pretil de la ventana, mientras el viento rellenaba los silencios que mis manos en sus caderas no lograban acallar. Aquella casa, SU CASA, era tan aséptica que a veces, cuando deambulaba las mañanas de domingo buscando algo con que entretener mi ansiedad, tenía la sensación de estar en un quirófano listo para que me extirpasen alguna parte vital de mi anatomía. Como la vesícula o el interés.
Odiaba aquella casa con todas mis fuerzas. Y la odiaba, puedes jurarlo, porque era una representación extrema de ella y no de ti.
En realidad, nunca vivimos lo que se dice juntos. Aunque esa era una posibilidad que en ella formaba parte de un continuo pareja/tiempo. Una vez, me acorraló en su baño con aquella certeza mientras mi dignidad se iba por el sumidero del jacuzzi. No sé me ocurrió otro modo de salir de aquello, que enarbolar la bandera de la uniformidad y darme a la fuga en aras de mi independencia fingida, mientras ella maldecía haberme conocido. ¡Cómo si eso hubiera sido lo peor!
Y tampoco es que fuera una tipa odiosa. En su defensa diré que sabía que limpiador utilizar para cada superficie.
Las noches las pasábamos viendo la televisión en un enorme y tibio sofá de piel de la que ella se sentía especialmente orgullosa, supongo que sobra explicar las razones. O quitándonos el pijama para tener una rutinaria sesión de sexo que siempre acababa con cada uno en su lado de la cama.
¡Dios! Todo era tan predecible, tan aburrido... que me dejé los ojos en no imaginarte. Con tal de no pensar, que es lo mismo que no sentir, llegué a ver oro donde sólo había arena.
Porque eso es lo más jodido, a veces me lo creía. Supongo que a fuerza de percutir, uno acaba por creer en casi todo...
¿Ves? Yo tampoco he sido feliz (a veces).
domingo, 16 de octubre de 2011
Tell it to me...
Al otro lado de la línea telefónica tu respiración se esparce por la habitación, de la distancia, del absurdo tiempo tangencial e inconstante en su terquedad por separarnos.
—¿Eres feliz?
Un silencio de duda y después:
—Sí, lo soy.
¿Puedo alegrarme de que lo seas sin mí? ¿Duele menos imaginarte plana, vertical y sumisa?
Te sientas en el balcón, fuera, allí abajo, los coches pasan despacio, arrojando el agua del asfalto hacia las aceras. Tom Waits canta y enciendes un cigarrillo.
Tell it to me,
Tell it to me…
El mundo, como un ente flamígero y abandonado, libre de toda culpa, siguió girando después de colgar el teléfono. Tras el odio reprimido, las copas de los árboles se mecen entre espasmos de una primavera venida a menos. De sus hojas, como ociosos gusanos, se desliza la divina amnistía entre tú y yo. Y el sol se derrama sobre nuestras cabezas insolentes.
Menos que un punto y aparte, menos incluso que un punto y final. Dejamos la página sin cerrar.
viernes, 7 de octubre de 2011
miércoles, 5 de octubre de 2011
...
jueves, 29 de septiembre de 2011
Mint
-Verás -dijo ella-, la diferencia básica entre hombres y mujeres es el modo en que sentimos el tiempo.
Yo me arrellané en el sofá y le miré directamente a los ojos.
-Explica eso –demandé dando un sorbo a mi té.
Ella hizo un gesto a medio camino entre la desgana y la condescendencia pero decidió responder a mi requerimiento:
-Vosotros y nosotras entendemos el tiempo de un modo diferente. Menos rígido más… (casi podía escuchar los engranajes en el interior de su cabeza buscando las palabras adecuadas) flexible. Para vosotros hay muchos ahoras, para nosotras un solo momento en el que todo se puede decidir y si ese momento pasa, podéis decir adiós para siempre a lo que quiera que estuvieseis deseando de nosotras.
-No estoy muy seguro de entenderlo –dije-. ¿Lo qué quieres decir es que si yo, por ejemplo, dejo pasar la oportunidad de, digamos besarte ahora mismo, y tú consideras que este y solo este era el momento adecuado para ello… ¿no hay posibilidades de besarnos después?
-Más o menos pero creía que hablábamos de amor y no de besarnos.
-Un viaje de mil kilómetros siempre comienza con un paso… -dije acercándome a su boca.
-Ya –respondió apurando su copa- ¿Sabes qué más nos diferencia? La cuota de cinismo en sangre…
domingo, 25 de septiembre de 2011
Relativity
lunes, 19 de septiembre de 2011
You Lucky Bastard
Qué fácil culpar a tu pasado y aliviarse entre palabras,
qué cómodo apoyarse en los demás.
Qué encomiable manipular desde la distancia sin mojarse,
qué suerte redimirse gracias a tu ovario.
Qué grande saber siempre que han de decirte para abrir las piernas,
qué sencillo mirar hacia otra parte cuando se rompen las carnes.
Qué minúsculo mundo creas a golpe de mentira a medias,
qué delicado salto de rama en rama.
Qué mortificadoramente gracioso tener siempre un pelele a mano,
qué dulce suicidio interrumpido.
Qué alma tan recubierta de tiritas reconfortantes.
qué mundanal ruido de bla, bla, bla.
Qué tentador poder equivocarse siempre,
qué tersos los besos mezclados con labia.
Qué sencillo querer sin saber querer.
Qué posible perdonarse todo.
Tú siempre sabes cuando callar,
tú siempre a mano el interruptor.
Tú no matas,
ni haces sangre.
Tú no pulsas enviar por error.
Tú no disparas,
tú no nadas, sin guardar la ropa.
Tú, no, nada, nunca.
¡Qué suerte tienes, cabrona!
sábado, 17 de septiembre de 2011
Gott des donners
La brillante panza de los Ju52 brilla bajo el sol como una libélula herrumbrosa y ambarina cuando parten del aeródromo en perfecta formación de V. Sus tres motores zumban como gatitas en celo mientras sobrevuelan el terreno plagado de cráteres y los campos centellean en tonos amarillentos. En su interior, las bombas descansan sumidas en el sopor del vuelo mientras Herbert Kohlheim se cala las gafas de sol. El brillo del fosforo blanco del interior de los obuses compite con el fulgor del sol que ya se adivina en el levante cuajado de esos extraños árboles que los españoles cultivan por todas partes, como poseídos por una compulsiva obsesión: olivos. Desde que llego a España hace dos años, Herbert ha tenido oportunidad de probar el grasiento producto de sus frutos. ¡Wilderlich! Repugnante… ¿Qué razón puede tener alguien para extender esa asquerosa sustancia en un pan y engullirla como desayuno? ¿Qué mente retorcida tuvo la idea de aliñar con ello la comida? Herbert no lo sabe pero, desde lo más profundo de su ser le maldice.
Se agarra a los mandos de la nave como si le fuera la vida en ello. Anoche, el vino entraba solo y el endiablado ritmo de las palmas y la guitarra en la taberna era como metralla que te perforaba la cabeza. Flamenco: ¡música del demonio! La resaca le martillea las sienes con fuerza. El asqueroso teniente español que les animaba a beber se ha quedado en el catre, bien acurrucado y protegido del relente de la madrugada. Al noreste, en Kaisserlauten, dónde los árboles no destilan una sopa parduzca de sabor amargo y beber antes de una misión es motivo de fusilamiento, su esposa estará a esta misma hora despertando a los niños. ¿Cuándo regresará a casa? ¿Cuándo regresaran todos?
Franco, ese mequetrefe de voz aflautada y bruñido uniforme, parece no saber qué hacer para concluir esa condenada guerra y el resto de los españoles parecen igualmente no tener ninguna gana. ¡Maldito pueblo de misa diaria y mantilla calada! Si al menos el Führer no pareciera tener esa especie de debilidad por el general gallego, la Legión Cóndor podría haber arrasado ya esta maldita tierra y acabado de un plumazo con la resistencia de los rojos. ¡Al infierno con los olivos y el vino! Sí. ¡Al infierno con este país que huele a sudor y miseria!
En el horizonte, las luces del pueblo titilan en la quietud de la noche y Herbert ordena tomar posiciones al resto de la escuadrilla. En diez minutos comenzará la diversión.
¡ Dass die Show anfängt! ¡Qué comience el espectáculo!
A la orden, las escotillas se abren y el brillo reluciente de una de ellas se queda suspendido unos instantes en el cielo vespertino. Como un signo de exclamación, brillante y fugaz. De los vientres de los ágiles bombarderos surgen los obuses. En perfecta formación. Uno tras otro, se apoyan en la gravedad para esparcir su mensaje de rabia y odio. El cielo nocturno se preña del ululante sonido de la sirena y el silbido de las bombas cayendo aquí y allá. Las explosiones iluminan la sierra y el humo se eleva en suaves columnas en dirección al cielo. Las deflagraciones se expanden por el paisaje como mantequilla sobre un pan recién horneado. ¡Boom! Desde ahí arriba, Herbert puede ver, cómo diminutos puntos de luz, a la población huyendo sin rumbo. ¡Boom! Débiles y tersas auras de seres, llamas de vida, débil y fútil pero, vida al fin y al cabo, hasta que él llega a lomos de su deslumbrante trimotor, sembrando el caos y la destrucción. Como un dios germano. ¡Boom! En aras de una antigua epopeya teutona. El protagonista de una ópera de Wagner, de un poema de Goethe. Herbert, der Gott des donners. El dios del trueno. Reduciendo a cenizas y rescoldos humeantes todo cuanto abarcan sus ojos verdes. Herbert, der Gott des donners. Tripas y cuerpos expuestos al sol español, lubricante con que engrasar la maquinaria bélica. La Luttwaffe, optimización y eficacia alemana. La gran y esplendida águila en el cielo español. Sembrando de cráteres el suelo de la vieja Europa. Gritos y aullidos de dolor allí abajo. Aquí, entre el terso manto de nubes, tan sólo coordenadas y números. Estadística, cifras, recuento de víctimas, consumo de combustible, objetivo alcanzado, fin de misión. Volvemos a casa. Y en un abrir y cerrar de ojos, la escuadrilla regresa trazando su sombra plateada sobre la serpenteante sierra.
¡Que se jodan los olivos! ¡Qué se jodan los condenados olivos!
© 2011 Óscar Soto y Sampo Publishers
martes, 13 de septiembre de 2011
Riverside
With her, it was that way; she left you before comes.
sábado, 10 de septiembre de 2011
miércoles, 31 de agosto de 2011
Opio
Adoro los paraísos artificiales
que flotan en mi sangre
desde que me bendeciste.
La deliciosa fruta
que probé en tus labios de sal.
El anacrónico sabor de tu vientre
las noches de otoño.
La niebla que inhalo
se cuela en mí.
Cabalgando en mis sienes,
golpeando mi ajado corazón.
Me despierta el rumor,
de palabras vacías, en la vieja taberna
Nado entre alcohol, ebrio de todo,
henchido de poemas.
El aceite con que ungiste mi frente
guía ahora mis pasos.
Me dicta el camino,
caminos de rosas,
y lechos calientes,
De bocas anónimas y tumbas abiertas.
Nada es como solía ser ya,
y que más da.
El opio que se desliza en mi garganta,
retumba en estos pulmones
cansados de tanto aire calmado.
Hartos como están de respirar.
El delicioso sopor que me invade ahora
me lleva derecho a un cielo
de sueños eléctricos,
mientras el viento me mece como una hoja.
El universo se cuela en mi boca,
y floto en un mar cosido a jirones
entre los brazos de un animal,
que me llama por mi nombre
y borra mi memoria.
Todo ha dejado de tener valor ya.
Todo es hueco y yermo,
nada es tan preocupante como para despertar.
El jardín secreto de los dioses ya olvidados
me recibe con los brazos abiertos de par en par.
Y soy un insecto que flota entre sus flores
con mis sentidos dormidos.
Como un pedazo de eternidad más,
el viento me lleva lejos de cuanto un día fui
me arrastra donde nadie pueda alcanzarme
como un pedazo de eternidad más.
jueves, 25 de agosto de 2011
45N 74W
Instalado en una zona geográfica que iba más allá de paralelos y meridianos. Con la cabeza en una región concreta al norte de los grandes lagos, calibré las posibilidades. Analicé las posibles variables. Fluctuando como un punto y coma al final de una frase inconclusa...
Las paredes del hotel exudaban una grasienta especie de resina vaporosa A veces, su horfandad se convertía en algo parecido a un gas nacarado, que había flotado en la habitación en semanas anteriores, en sueños pasados. Pero ahora, se descolgaba de las paredes, rezumaba de cada poro de la piedra y formaba las siluetas de las-mujeres-que-no-supe-amar. La atmosfera se tornó más opresiva que de costumbre y amenazó con inundar el pozo de aquella alma a la que casi nunca prestaba atención y ahogarme en un sinsentido de conversaciones pasadas e inventadas chacharas con, supuestamente, fantasmas ajenos, acerca de la vanal e infinita entropía que regulaba aquel universo. Alejé de un manotazo aquella sensación.
Me deslicé apoyando mi espalda en la pared, abrazando aquel tormento en forma de pasado imperfecto. La energía de aquel lugar se deslizaba pendiente abajo, lo sentía en las tripas, alejándome, con aquel axioma roto en forma de ley física, de cualquier futuro en el que las cosas funcionaran en un determinado orden alterno. La entropía se reducía. El universo se volvía menos predecible desde un punto de vista heterogeneo, pero de algún modo, aquella aberración cuántica me facilitaba las cosas. Las atomizaba haciéndolas más plegables ante mis impulsos.
Con las rodillas a la altura del rostro, me aferré a aquel trozo de papel. Aquella recien llegada carta que me ofrecía huir de aquello y mascullé, en forma de quedo suspiro, una especie de queja que no iba más allá de la promiscua sensación de conmiseración propia. Me alejé un par de pasos al oeste para tomar perspectiva:
Le chate noire, el Cinema Pine de la Rue Valiquette, la pattiserie en la esquina Boulevard Sainte-Adèle con el Chemin Pierre Péladeu, el cafe Morin, La Cachette, el Viva Bistro...
En el transistor, que inundaba la habitación con un tempo monocorde, Randy Renaud contestó una llamada de una oyente de alguna parte entre Montreal y Toronto, donde las montañas se tornaban azules a medida que el Gran Norte se acercaba ante mis ojos, y dio pasó a una pretenciosa canción de Love and Rockets; dejándome sumido en un estado que basculaba entre el miedo y la esperanza. Eran las 8:43PM , 6 horas más en la otra parte del mundo, y del mismo modo en que, como dos regiones confluyentes, aquella ambigua sensación de estar en dos sitios a la vez se transformó en algo, me atrevería a decir tangible, el cielo pareció brindarme una pausa y decidí.
jueves, 18 de agosto de 2011
Subjetividad
Uno cree haber dejado atrás ciertas cosas. Ciertas puertas cerradas, ciertos momentos enterrados bajo toneladas de inercia. La inevitable línea temporal así parece sugerirlo. El tiempo, ese veloz caballo que nos deja atrás a la menor oportunidad, sigue fluyendo a pesar de nuestras miserias, problemas e incluso alegrías. Cada segundo que pasa, cada ínfima parte de él, se aleja sin dejarnos nada más que algo tímidamente vivido o incluso, en el peor de los casos, el recuerdo de haberlo creído así. Si dos más dos son cuatro, entonces la ecuación no parece demasiado complicada: La vida es irreversible. La entropía inherente a la naturaleza misma del universo y ahora es lo único que importa cuando develamos el velo de lo cotidiano.
Entonces, ¿por qué la única representación posible de la eternidad es un círculo? ¿Por qué la vida es tan cíclica como persistente en el momento presente?
La vida fluye en una sola dirección. Es cierto. Tratando de regresar al momento en que fuimos felices o recordando, no somos sino pobres criaturas indefensas tratando de evitar lo inevitable. La entropía rige el universo y esa aparente simetría que tan a ultranza defienden ciertos sectores de la física actual está presente en cada aspecto de nuestra vida. Pero basta con rascar la superficie para darnos cuenta del error en que vivimos inmersos al creer en ello.
Pensemos en la estrellas, allí arriba. Nacidas de un disco de polvo y gas que orbita sobre sí mismo durante millones de años. Consumiendo su combustible, transformando hidrógeno en helio a una velocidad que nos resulta incomprensible. ¿Cómo puede imaginar una hormiga el océano? Pero su vida, tan inmensamente enorme comparada con nosotros, es una lucha constante contra la gravedad. Una lucha perdida de antemano. Tarde o temprano, si esos adjetivos pueden utilizarse en tales medidas, la estrella acabará por agotar su combustible y colapsara sobre sí misma, muriendo.
Así que, ¿por qué luchar contra lo inevitable? ¿Por qué no simplemente dejarnos llevar y anular cualquier conato de rebeldía contra el tiempo? ¿No sería, simplemente más sencillo, admitir que ayer no volverá y proseguir como si nada? No. Porque sin esa rebeldía contra lo inexorable, no seriamos nada más que espectadores que se creen intérpretes.
El ahora, los momentos, los segundos, horas o días con que tratamos, inútilmente, de mensurar el tiempo son solo parte del engaño. Esa rigidez con que vestimos cada medida nos vuelve un poco más inertes y sumisos ante la tibieza y la inercia. Somos el resultado de lo que fuimos, no podemos olvidar eso. Si la vida no vuelve, hagamos que la subjetividad nos haga creer lo contrario. Por el contrario, si creemos que solo hay una oportunidad, si afirmamos que hay verdades absolutas, estamos dando alas a los que esgrimen que todo está escrito para coartar esa misma vida que defienden. Mantener que el tiempo fluye en una sola dirección, más allá de la ciencia, aniquila la naturaleza misma de la vida y su maravillosa incertidumbre. Si atribuimos un único momento a un único espacio, rellenamos de vacío lo que debería estar lleno a rebosar. Si no es el momento, conviértelo. Si no es lo correcto, fluye en otra dirección. No importa a donde mires, eres la suma de todos lo que viviste por mucho que el tiempo se empeñe en decir lo contrario.
Me niego a creer que certezas tan inexorables como que cada momento que pasa es un momento que no vuelve, no deberían servir sino para rebelarnos contra ello y exprimir cada uno de ellos hasta el fin. Para doblegar el tiempo mismo y convertirlo en algo tangible y menos empírico. Me niego a no dudar de todo y a revestir de subjetividad cada segundo. Todo es relativo, incluso a velocidades tan pequeñas como a las que nos movemos en nuestras cortas y leves vidas. Y cada momento (nuevo o repetido) es un lienzo en blanco. Así que, ¿por qué no intentarlo una y mil veces si es necesario para ser feliz?
martes, 16 de agosto de 2011
Tell No Tales
-Tengo ganas de besarte –dijo.
Fuera, las luces de la ciudad hervían con el calor de agosto y un halo casi visible se extendía a nuestro alrededor.
Yo no tenía demasiadas ganas pero la inercia, esa puta que a veces se disfraza de alquimista me hizo bascular en su dirección. ¿Cómo es besar a alguien a quien a veces has echado de menos? Supongo que la sensación debe ser similar a cuando un mago te revela un truco.
Tras los besos llegaron las prisas por irnos a la cama, otra vez la inercia pero esta vez teñida de deseo falso. Después, cuando sudorosos mirábamos el techo de la habitación ella intentó abrazarme y yo me zafé esgrimiendo las ganas de encender un cigarrillo para saltar de la cama.
Es curioso cómo no soy capaz de pensar de modo correcto en postura horizontal pero, cuando mis pies descalzos tocaron el tibio suelo de madera, recordé porque ya no la quería. Mientras buscaba en el bolsillo de mi camisa el paquete de tabaco la miré de reojo. Resulta incomprensible el modo en el que “ahora” lo es todo. Había habido “ahoras” en los que creí quererla. “Ahoras” tan cargados de intención en que habría llorado por no olvidarla. “Ahoras” tan anclados en ciertos principios generales e inherentes a todo lo humano en que tan solo me habría bastado con desearlo para ser parte de ella. Pero la relatividad y la querida entropía jugaban en nuestra contra y ese “ahora” no se encontraba ni remotamente cerca de aquel espacio-tiempo. Arrojado lejos del mundanal ruido sordo de los fuegos artificiales de aquel tiempo pasado, ya no sentía nada.
-¿Qué haces? –pregunto con un hilo de voz (¿o tal vez solo me lo parecía mí?).
-Me estoy vistiendo.
Sentado en la cama, buscando mis pantalones entre el montón de ropa del suelo, podía escuchar la caldera comenzando a bramar a mi espalda.
-¿No te quedas a dormir?
-¿Desde cuándo te has vuelto tan perspicaz?
Hubo un silencio en el que cabría un universo y que abarcaba incluso segmentos de tiempo tras de sí antes de que ella volviera a hablar.
-¿O sea que esto ha sido un polvo para ti? ¿Es eso?
Obvié los reproches e ignoré los signos de interrogación que yacían como centinelas difuntos en la frase y me puse en pie.
-Si quieres la verdad. Ha sido menos que eso.
Debería haberme ido sin decir nada más. Dejando las palabras a modo de bisagra para cerrar la puerta pero supongo que nunca he sabido mantener la boca cerrada y como premio a mi ineficacia una tormenta de reproches me acompañó hasta el rellano. Lo último que escuché fue la puerta cerrándose y rompiendo la quietud que envolvía la escalera.
Después, mientras conducía de regreso a casa rebusqué en el saco de las frases hechas o imaginadas, pero no pude lograr una frase final que apuntillara aquel torpe intento.
miércoles, 10 de agosto de 2011
Parafraseándo
domingo, 7 de agosto de 2011
Amnesia
Apoyado en el petril de la terraza contemplé el mar en la distancia. Debían ser cerca de las tres de la madrugada y la luna, como una obstinada amante me mantenía con los ojos abiertos de par en par, y los sentidos (los seis) erizados. El aire traía una extraña mezcla de salitre y sudor hasta la habitación, y las olas resplandecían en breves conatos de efusiva brevedad. Cuando miré a mi derecha, el tipo del sombrero rojo me observaba con un gesto de curiosidad pintado en su enjuto rostro.
-Hola -saludó alzando su mano y su gesto pareció quedar un instante colgado de la invisible terquedad del momento efímero.
Yo le devolví el saludo alzando mis cejas. Un gesto que de seguro, quedó oculto por la oscuridad.
-Ha hecho calor hoy, ¿verdad? -preguntó. Las luces del puerto parpadearon en sus retinas azuladas un instante.
Asentí.
Comenzó a liar un petardo. Abajo, el rumor de los turistas que se negaban a regresar a sus camas se perdía y llegaba amortiguado por una amalgama de distintos olores y texturas blancuzcas. Sinestesia e insomnio, una mala combinación.
-¿Y cómo estás? -preguntó. Alzó medio cuerpo por encima de la tarima que separaba nuestros balcones y me tendió el canuto-. Ya llevas unos meses por aquí. ¿Cómo te sientes? ¿Te gusta este sitio?
-No estoy muy seguro -respondí dando una breve calada. El humo se elevó sobre nuestras cabezas. Su rumor azulado y narcótico se perdió en mis sienes casi al instante-. Quiero decir que no sé si me gusta este sitio. Al principio todo parecía tener un sentido. Todo parecía obedecer a una especie de patrón. Un cierto orden natural... Pero ahora, me siento de nuevo más perdido que de costumbre y no sé muy bien hacia donde ir...
-Oh -vaciló un segundo-. El movimiento browniano no debería quitarte el sueño. Arroja un puñado de arroz al suelo y al instante habrá un batallón de imbéciles viendo patrones donde sólo hay azar. Y además, puedes tomarte el tiempo que necesites. Tampoco es que lo que decidas vaya a tener una trascendencia capital. Si algo nos enseñó el viejo es que todo es relativo. ¿no? Y después el jodido gato de ese condenado austriaco llegó para acabar de enredarlo todo. ¡Qué bello parecía todo cuando la vieja y fiable mecánica extendía sus predecibles brazos sobre todo lo cognoscible y lo onírico! En realidad -le tendí el petardo-, no deberías preocuparte demasiado por nada. Lo que decidas hoy será tan sólo un recuerdo mañana.
-Te entiendo -asentí-. Lo azul, es hoy rojo. Lo imperturbable, fútil. Lo real, tan sólo factible. Pero sigue habiendo una excepción: lo inalcanzable sigue siendo sólo arena que se escapa...
-Sólo son ondas. Partículas que se comportan de un modo extraño, impredecible. Posibilidades, mediciones que se hacen reales tan sólo cuando las mensuramos. No deberías preocuparte tanto por ello. La realidad está determinada por el observador. ¿Lo recuerdas?
-Es fácil decirlo -me quejé-. ¿Tú has amado?
-¡Uf! ¡Qué complicado, chaval! Dame algo que pueda pesar, medir, cuantificar, transformar, horadar, elevar, hacer reaccionar ante determinadas sustancias... y te diré que existe. Cuando la tira de papel cambia de color, existe. Todo lo demás es mera palabrería.
-Una visión demasiado determinista para mi gusto.
-¡Así te va! Tu falta de pragmatismo es proporcional a tu completa desorientación.
-Hmmm... Es posible -musité.
Abajo, el rumor de las olas se convirtió en un monótono hilo que zigzagueaba por entre los edificios. Y la luna seguía brillando con una débil pulsión suicida.
Estaba sonando: Bowie - Space Oddity
miércoles, 3 de agosto de 2011
Shoot In The Face
lunes, 1 de agosto de 2011
Dodge The Dodo
Echó la vista atrás, con cierto aire disimulado e hizo repaso de los caminos no tomados.
"Veamos", se dijo mientras exhalaba una bocanada de humo que se elevó en volutas tersas. Estaba aquella chica, con nombre singular, con la que follaba a la luz de las estrellas, se enredaba en su lengua sobre la dulce hierba y la ciudad titilaba a sus espaldas. Aquella otra, dueña de ríos y puentes, madre contra natura de ciertos... hmmm... sí, digamos malentendidos garabateados en un billete de avión. Y aquella otra de la que había olvidado el nombre y que resultó ser demasiado poco divertida para ir más allá de un fin de semana en una casita en el campo con vistas al lago... y, ¿cómo olvidar a la dueña de unos ojos tan verdes que mareaba mirarla mientras le cabalgaba entre los espasmos de aquel invierno venido a menos?...
Hmmm... musitó y un interrogante se perdió entre las lineas de una estrofa de Cohen...
¿Las quiso alguna vez? ¿Las deseo más allá de cuerpos y lenguas traicioneras?
No... escupió con saña. De haberlas querido se habría quedado a verlas despertar. Sí, se habría quedado mirando sus espaldas de luna y jade mientras el sol cruzaba de este a oeste al otro lado de todas aquellas habitaciones de hotel y él entendía que su vida tan solo habría tenido sentido en aquel breve, delicado y denso instante de eternidad.
No. Definitivamente el no sabía amar o cuanto menos, solo sabía hacerlo de un modo tan poco práctico, tan inútil que, a veces, se confundía con una cierta autoestima crecida o alguna clase de subterfugio barato.
"Oh, ya sabes, no se me da bien que me quieras..."
Sonaba: EST - Viaticum