Cuando desperté el mundo estaba patas arriba. Ahora era nunca y siempre quizá. Los periódicos se empeñaban en preñarme de miedos envueltos con lazo de cortina de humo y la crisis había remitido dependiendo de quien lo escribía. Tú seguías conmigo y el mar y el cielo eran de color malva.
Cuando desperté esta mañana, antiguos derechos yacían inconscientes bajo la cama y las páginas de la última novela que había leido seguían aleteando en la habitación. Como costras purulentas, las dudas se deshacían en meses ya pasados y brillaba un sol de otoño gris. Los pájaros tendidos a la mañana, percutían en la retina, sobre un cable de la luz. Y los nichos dónde enterré los relojes sonaban languidamente con su dulce tic-tac.
Cuando desperté está mañana ya no dolías y el tipo del espejo no era yo. Me miraba mientras cepillaba mis dientes y su rostro era oscuro y sombrio como una patina de agua perlada. Mis facciones, tan bien conocidas, se asemejaban y todo en mí encajaba de modo tan perfecto, que dudé de la realidad. Cada angulo de cada curva de cada poro de cada piel, se asemejaba a mí pero, el tipo del espejo me guiñó un ojo mientras mascaba entre dientes palabras malsonantes que masticaba como alimento.
El sopor lo llena todo hoy...cae como bruma sobre la realidad. ¿Cuál será esa?
ResponderEliminarBikos Tito.
¿Realidad? Ni idea, yo suelo inventarmela cada día...
ResponderEliminarbesos de lobo
hay días en los que la metamorfosis del sueño se hace un pelín mas real, verdad?
ResponderEliminarBesicos
Cierto, Belen... a veces uno nunca sabe cuando dejar de soñar...
ResponderEliminarbesos de lobo