sábado, 19 de noviembre de 2011

I Belive

Creo, firmemente, en la inestabilidad de lo humano y la inexplicable levedad de lo divino.
Creo, a medias y bajo sospecha, en los dimes y diretes de todo lo que abarca tu boca.
Creo, a pies juntillas, en la resurrección de la carne, cuando deslizo mis dedos por tu piel.
Creo, de mala gana, en la bondad y la belleza que sobrevuela las ciudades de los humanos.
Creo, con imperturbable duda, en el futuro como respuesta a otras respuestas.
Creo, de modo visceral, en recorrer el cosmos para hallar todas las preguntas.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Great Expectantions... (gave bad omen)


Siempre fue un buen sucedáneo, lo admito. En ocasiones, me hacía olvidarte e incluso se convertía en algo remotamente parecido a alguien a quien querer (espero que captes la sutil diferencia). Vivíamos (si a eso se le puede llamar vivir) en una casita en medio de la nada. Con vistas a la montaña y a un pequeño riachuelo, que se heló varias veces durante los meses que estuvimos juntos. Bien pensado, aquella casa era como una enorme ballena varada en un paramo de nimiedad y aburrida tibieza. Justo como lo que teníamos.
Tengo recuerdos de aquella casa. Solíamos fumar, apoyados en el pretil de la ventana, mientras el viento rellenaba los silencios que mis manos en sus caderas no lograban acallar. Aquella casa, SU CASA, era tan aséptica que a veces, cuando deambulaba las mañanas de domingo buscando algo con que entretener mi ansiedad, tenía la sensación de estar en un quirófano listo para que me extirpasen alguna parte vital de mi anatomía. Como la vesícula o el interés.
Odiaba aquella casa con todas mis fuerzas. Y la odiaba, puedes jurarlo, porque era una representación extrema de ella y no de ti.
En realidad, nunca vivimos lo que se dice juntos. Aunque esa era una posibilidad que en ella formaba parte de un continuo pareja/tiempo. Una vez, me acorraló en su baño con aquella certeza mientras mi dignidad se iba por el sumidero del jacuzzi. No sé me ocurrió otro modo de salir de aquello, que enarbolar la bandera de la uniformidad y darme a la fuga en aras de mi independencia fingida, mientras ella maldecía haberme conocido. ¡Cómo si eso hubiera sido lo peor!
Y tampoco es que fuera una tipa odiosa. En su defensa diré que sabía que limpiador utilizar para cada superficie.
Las noches las pasábamos viendo la televisión en un enorme y tibio sofá de piel de la que ella se sentía especialmente orgullosa, supongo que sobra explicar las razones. O quitándonos el pijama para tener una rutinaria sesión de sexo que siempre acababa con cada uno en su lado de la cama.
¡Dios! Todo era tan predecible, tan aburrido... que me dejé los ojos en no imaginarte. Con tal de no pensar, que es lo mismo que no sentir, llegué a ver oro donde sólo había arena.
Porque eso es lo más jodido, a veces me lo creía. Supongo que a fuerza de percutir, uno acaba por creer en casi todo...
¿Ves? Yo tampoco he sido feliz (a veces).