jueves, 29 de septiembre de 2011

Mint

-Verás -dijo ella-, la diferencia básica entre hombres y mujeres es el modo en que sentimos el tiempo.

Yo me arrellané en el sofá y le miré directamente a los ojos.

-Explica eso –demandé dando un sorbo a mi té.

Ella hizo un gesto a medio camino entre la desgana y la condescendencia pero decidió responder a mi requerimiento:

-Vosotros y nosotras entendemos el tiempo de un modo diferente. Menos rígido más… (casi podía escuchar los engranajes en el interior de su cabeza buscando las palabras adecuadas) flexible. Para vosotros hay muchos ahoras, para nosotras un solo momento en el que todo se puede decidir y si ese momento pasa, podéis decir adiós para siempre a lo que quiera que estuvieseis deseando de nosotras.

-No estoy muy seguro de entenderlo –dije­-. ¿Lo qué quieres decir es que si yo, por ejemplo, dejo pasar la oportunidad de, digamos besarte ahora mismo, y tú consideras que este y solo este era el momento adecuado para ello… ¿no hay posibilidades de besarnos después?

-Más o menos pero creía que hablábamos de amor y no de besarnos.

-Un viaje de mil kilómetros siempre comienza con un paso… -dije acercándome a su boca.

-Ya –respondió apurando su copa- ¿Sabes qué más nos diferencia? La cuota de cinismo en sangre…

domingo, 25 de septiembre de 2011

Relativity

Instalado en algún punto a medio camino entre la suave tersura de la hipotética realidad mensurable newtoniana y la áspera crudeza de los puntos infinitos, sesteaba entre enjambres de dudas y cuotas de quietud entresemana, cuando el elefante del pasado apareció con su habitual mixtura de labia y recuerdos a medias.
Rápidamente, deslizándose grácilmente como una nube en un cielo preñado del estío, su cháchara se convirtió en un manso río y sus palabras me llevaron lejos. A delicadas dimensiones más allá de la doliente luz de los ojos de ella. A vastas cuadriculas de un sector del universo que, digámoslo así, están conectadas con su ombligo o en el peor de los casos con cierta madrugada de junio en que nos desnudamos y guardamos la ropa.
En delicadas hebras de luz, luz cómo onda y partícula y aun más, como hebras zigzageante en un cosmos impredecible y multidimensional, los recuerdos se licuaron por entre las arrugas, bajo sus ojos, recortándose en la linea de sus hombros.

¿Me quieres? ¿Te quiero?...

lunes, 19 de septiembre de 2011

You Lucky Bastard

Qué fácil culpar a tu pasado y aliviarse entre palabras,

qué cómodo apoyarse en los demás.

Qué encomiable manipular desde la distancia sin mojarse,

qué suerte redimirse gracias a tu ovario.


Qué grande saber siempre que han de decirte para abrir las piernas,

qué sencillo mirar hacia otra parte cuando se rompen las carnes.

Qué minúsculo mundo creas a golpe de mentira a medias,

qué delicado salto de rama en rama.


Qué mortificadoramente gracioso tener siempre un pelele a mano,

qué dulce suicidio interrumpido.

Qué alma tan recubierta de tiritas reconfortantes.

qué mundanal ruido de bla, bla, bla.


Qué tentador poder equivocarse siempre,

qué tersos los besos mezclados con labia.

Qué sencillo querer sin saber querer.

Qué posible perdonarse todo.


Tú siempre sabes cuando callar,

tú siempre a mano el interruptor.

Tú no matas,

ni haces sangre.


Tú no pulsas enviar por error.

Tú no disparas,

tú no nadas, sin guardar la ropa.

Tú, no, nada, nunca.


¡Qué suerte tienes, cabrona!

sábado, 17 de septiembre de 2011

Gott des donners

La brillante panza de los Ju52 brilla bajo el sol como una libélula herrumbrosa y ambarina cuando parten del aeródromo en perfecta formación de V. Sus tres motores zumban como gatitas en celo mientras sobrevuelan el terreno plagado de cráteres y los campos centellean en tonos amarillentos. En su interior, las bombas descansan sumidas en el sopor del vuelo mientras Herbert Kohlheim se cala las gafas de sol. El brillo del fosforo blanco del interior de los obuses compite con el fulgor del sol que ya se adivina en el levante cuajado de esos extraños árboles que los españoles cultivan por todas partes, como poseídos por una compulsiva obsesión: olivos. Desde que llego a España hace dos años, Herbert ha tenido oportunidad de probar el grasiento producto de sus frutos. ¡Wilderlich! Repugnante… ¿Qué razón puede tener alguien para extender esa asquerosa sustancia en un pan y engullirla como desayuno? ¿Qué mente retorcida tuvo la idea de aliñar con ello la comida? Herbert no lo sabe pero, desde lo más profundo de su ser le maldice.

Se agarra a los mandos de la nave como si le fuera la vida en ello. Anoche, el vino entraba solo y el endiablado ritmo de las palmas y la guitarra en la taberna era como metralla que te perforaba la cabeza. Flamenco: ¡música del demonio! La resaca le martillea las sienes con fuerza. El asqueroso teniente español que les animaba a beber se ha quedado en el catre, bien acurrucado y protegido del relente de la madrugada. Al noreste, en Kaisserlauten, dónde los árboles no destilan una sopa parduzca de sabor amargo y beber antes de una misión es motivo de fusilamiento, su esposa estará a esta misma hora despertando a los niños. ¿Cuándo regresará a casa? ¿Cuándo regresaran todos?

Franco, ese mequetrefe de voz aflautada y bruñido uniforme, parece no saber qué hacer para concluir esa condenada guerra y el resto de los españoles parecen igualmente no tener ninguna gana. ¡Maldito pueblo de misa diaria y mantilla calada! Si al menos el Führer no pareciera tener esa especie de debilidad por el general gallego, la Legión Cóndor podría haber arrasado ya esta maldita tierra y acabado de un plumazo con la resistencia de los rojos. ¡Al infierno con los olivos y el vino! Sí. ¡Al infierno con este país que huele a sudor y miseria!

En el horizonte, las luces del pueblo titilan en la quietud de la noche y Herbert ordena tomar posiciones al resto de la escuadrilla. En diez minutos comenzará la diversión.

¡ Dass die Show anfängt! ¡Qué comience el espectáculo!

A la orden, las escotillas se abren y el brillo reluciente de una de ellas se queda suspendido unos instantes en el cielo vespertino. Como un signo de exclamación, brillante y fugaz. De los vientres de los ágiles bombarderos surgen los obuses. En perfecta formación. Uno tras otro, se apoyan en la gravedad para esparcir su mensaje de rabia y odio. El cielo nocturno se preña del ululante sonido de la sirena y el silbido de las bombas cayendo aquí y allá. Las explosiones iluminan la sierra y el humo se eleva en suaves columnas en dirección al cielo. Las deflagraciones se expanden por el paisaje como mantequilla sobre un pan recién horneado. ¡Boom! Desde ahí arriba, Herbert puede ver, cómo diminutos puntos de luz, a la población huyendo sin rumbo. ¡Boom! Débiles y tersas auras de seres, llamas de vida, débil y fútil pero, vida al fin y al cabo, hasta que él llega a lomos de su deslumbrante trimotor, sembrando el caos y la destrucción. Como un dios germano. ¡Boom! En aras de una antigua epopeya teutona. El protagonista de una ópera de Wagner, de un poema de Goethe. Herbert, der Gott des donners. El dios del trueno. Reduciendo a cenizas y rescoldos humeantes todo cuanto abarcan sus ojos verdes. Herbert, der Gott des donners. Tripas y cuerpos expuestos al sol español, lubricante con que engrasar la maquinaria bélica. La Luttwaffe, optimización y eficacia alemana. La gran y esplendida águila en el cielo español. Sembrando de cráteres el suelo de la vieja Europa. Gritos y aullidos de dolor allí abajo. Aquí, entre el terso manto de nubes, tan sólo coordenadas y números. Estadística, cifras, recuento de víctimas, consumo de combustible, objetivo alcanzado, fin de misión. Volvemos a casa. Y en un abrir y cerrar de ojos, la escuadrilla regresa trazando su sombra plateada sobre la serpenteante sierra.

¡Que se jodan los olivos! ¡Qué se jodan los condenados olivos!


© 2011 Óscar Soto y Sampo Publishers

martes, 13 de septiembre de 2011

Riverside

We went to the riverside every night of that summer. I can see her, beside me, lyng on the fluffy green grass. Her body, her sweet and tasty body. Fireflies flyng over us heads and the sound of the crickets filling the night buzzing so mighty.

Never touch us. Like if some "Don't touch" advice was write on our chests. But i was fall in love of her, I must say. Anyway, I never told her and we spent the nights just talking, laughting and watching in the eyes. Never talk about love, pretty pathetic, don't you think?

But I liked her short hair, her brown and asiatic eyes and adored the perfect líne of her eyebrows. I really loved that woman, God knows. One warm night, maybe was ending the season, she told me she have to go. I remember, Coltrane was sounded at the stereo of the car and sky was cloudy. I felt paralized and the place start turn upside down. A week from that moment, she gone.

With her, it was that way; she left you before comes.