domingo, 31 de mayo de 2009

De Una Mañana de Domingo

Perdido entre las callejuelas empedradas, en mitad justo de las tripas de la ciudad, la plaza resplandece bajo los rayos del sol del verano inminente como una candela. Sentados en corro al rededor de una improvisada mesa, un grupo de gente, vecinos de pasado arrabalero y chamarileros venidos a menos, beben cerveza en botellas de litro y tetrabricks de vino rancio comprados en la tienda de la esquina, donde un cartel de Coca-Cola parpadea tibiamente a la luz del mediodia. A pocos metros, un tipo negro naufraga en un banco, la marea de la noche del sabado le ha llevado hasta aquí.
Grupos de turistas, mochila a la espalda, pantalón corto y la mirada perdida de la fachada de la iglesia, deambulan como recien llegados a un planeta ajeno. Miran a través de las lentes de sus cámaras reflex y sus mapas convenientemente plegados y el eco, dulzón y adormilado, de sus zapatillas de deporte resuena por encima de los charcos de agua dejados por el camión encargado de regar las calles.
Bandadas de palomas que sobrevuelan las torres de la catedral enfilan las calles como si desde allí arriba un ordenado cuadrante de calles y callejuelas les conminara a seguir una ruta trazada. Su sombra aletea sobre las cabezas y desparrama olores ocres.
El sonido de un televisor se cuela desde la ventana del primer piso. Se mezcla con los cantos de los gitanos de la plaza y forma una amalgama almibarada y extraña.
Yo, libreta en mano, trato de ordenar las ideas para futuras historias que se agolpan en mi cabeza y que cómo el vapor de una olla a presión silban sobre el papel. De vez en cuando, te cuelas en mí y con imagenes fluorescentes que orbitan el cielo azul cobalto te pienso con más mesura de lo habitual.
Como quien aleja un insecto de un manotazo, te olvido unos instantes y Leonard Cohen vuelve a mis oidos y el mundo a girar sin nosotros como idea tangible. Pero en menos de lo que tardo en consumir un Winston, breves destellos de ti regresan a mí y para anestesiarlos vuelvo a enfrascarme en la pequeña libreta.
De regreso a casa, compro el periódico, y me tomo un té en el viejo quiosco. Flirteo con la idea de llamarte y la rechazo casi al instante... quizá en otro momento. Quizá mañana...

sábado, 30 de mayo de 2009

GPS Emocional




Un par de millas más allá de la linea de flotación del vacío.

Tan sólo un par de frases por encima del dulce olvido.

Sí, sólo un poco más lejos de las ciudades dormidas y los ángeles insomnes.

Una tregua momentanea de la amarga decisión.

Sólo un par de manzanas para morder y picar de nuevo.

Mierda de angustia existencial.

¿Por qué habré contestado?





Y yo qué sé... será que todavía la quieres. Córtate el pelo y búscate un trabajo....

viernes, 29 de mayo de 2009

Al Amor deTiempos Pretéritos

Quizá te sorprenda recibir noticias mías después de tanto tiempo. Todo sigue igual que como lo dejaste el día que decidiste huir de mi, las mismas mentiras moviendo la vieja rueda, el mismo deseo de huir hacia quien sabe donde, las mismas manías, los mismos vicios... siempre decías que las personas no cambiamos jamás, cambian nuestras costumbres, pero yo debo ser un tipo más raro de lo que nunca me viste, porque algunas costumbres no cambian, por mucho que uno se empeñe en decirles adiós, en meterlas en una maleta y dejarlas en el rellano, por si alguien quiere hacerlas suyas.
Estuve recordando el tiempo que compartimos. Si, estuve recordando, y eso siempre es un mal negocio, la memoria es una pésima consejera, como un filtro licua los recuerdos, y nos deja ver solo la porción de ellos que quiere. Nos observa desde las sombras, agazapada como un animal, en espera de que mostremos la menor de nuestras debilidades paras saltar sobre nosotros. Y yo, que de debilidades se mucho, me perdí en tu recuerdo. Me colé en ese espacio de tiempo que conservo tal y como lo dejaste, (por si algún día se te ocurre volver) y me perdí entre tu risa de camionera, y tu llanto de niña consentida. Entre tus ojos de gata, y tus manos que me devolvieron la vida, entre tu miedo, y mi orgullo, entre tu vientre de pan, y mis dedos a la deriva.
Estuve vagando durante un buen rato. Arrullado por la melodía de tus días compartidos, mecido por el canto de las horas que se fueron en aquella cama, adormilado por la droga que inyectaste en mis venas.
Seria muy tonto por mi parte decirte a estas alturas que fuiste casi todo para mi, que no hubo espinas como las que me diste, que no conoceré jamás el dolor que prendiste en mi vida. Ese dolor que tanto anhelo en noches como éstas, en noches en que dejo que la memoria me atrape, y juego con ella a ser el cazador cazado. Ese dolor que quiero mantener en mi alma, ese alma que me enseñaste a usar. Ese dolor que me enseño a estar vivo. Ese dolor que tan bien se te da imponer... ese dolor que me regalaste.
¿Pero tú como estás?. Como siempre me cegó este enorme ego, y olvide que tienes una vida lejos de la mía, olvide que seguiste adelante.
Espero que encuentres el ansia, y la voluntad necesarias para seguir soñando. Que los deseos, que espero sigan anidando en ti, se conviertan en necesidades, y encuentres esa paz que dijiste perseguías cuando te alejaste de mi guerra. Que la vida te trate tan bien como tú a ella. Que jamás te derroten sin lucha. Que alguien, algún día te haga sentir lo mismo que yo sentí.
Ha sido hermoso recordarte viejo amor. Ha sido bonito compartir unos minutos contigo. Te deseo lo mejor.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Esta Vieja Tristeza


Esta vieja tristeza que tan bien me sienta,
Esta aura, casi mágica, de niño desvalido,
estos yermos intentos que suman cuarenta,
esta navaja afilada, este tiempo tan vivido.

Estas pastillas tan rojas que abren senderos,
que retienen pasiones y van secando canales,
Este anhelo mojado que se derrama en canteros,
se desborda de mi, cerrado tras los ventanales.

Estas lagrimas de mar que saben a despedida,
Esta ausencia tuya, este reloj que huele a muerte,
y que pende del techo pronosticando mi partida.
Esta antigua adicción mía, este deseo de perderte.

lunes, 25 de mayo de 2009

JADE (permiso para recordar)

La autopista, como un espacio atemporal y sumiso se resquebraja bajo los neumáticos. Se comba, se estira y fluye como un rio elástico y en calma. Tú conduces mientras el sol huye por la ventanilla trasera, mientras cansado recorre el eje invisible de su parcialidad. Y el cielo cambia de color, del azul cobalto, a la más profunda oscuridad, y se divide en franjas que segmentan el azul en una infinidad de otros azules. Más oscuros y acerados.

Cuando dejas atrás el peaje, la luna sonríe en el este y tú recorres un tramo de autovía y después un camino de callejuelas y aceras estrechas, por donde circulan, insomnes como ballenas varadas, peatones que no saben de ti, que te ignoran tras un breve conato de interés para regresar a sus vidas instantes después. Y la voz de ella en el teléfono móvil te guía y sigue siendo lejana, como si la línea se extendiese hasta otro mundo, otra vida. Pero la imaginas, la sientes fluir bajo tus zapatos, sientes como tuyo el peso indoloro de sus pasos, de sus mañanas, de sus tardes anaranjadas, de esa otra vida desde la que ahora te habla atropelladamente. Y la imaginas, subiendo esa cuesta que desemboca en otra cuesta, y doblando esa esquina que acaba, irremediablemente, en otra esquina, con los zapatos de tacón resonando entre nubes de perfume. La imaginas consultando el reloj, camino de su vida pacífica y llena de planicies hasta que os cruzasteis, el uno con el otro, el uno contra el otro. La imaginas, hasta que la ves. Tal y como imaginabas. Tal y como ella siempre mantuvo. Serena, dulce, tan guapa que tienes que mirarla dos veces.

Dos besos, un té con jazmín y una copa de vino después vuelves a mirarla mientras habla. Sentados en el sofá. Los gestos, la infinita quietud de sus ojos cuando te mira, el olor, vaporoso y almibarado que desprende, todo te embriaga. Te hace sentir lejos, tan lejos que temes rozarle, por miedo a que se desvanezca. Mientras la luna se alza en el cielo, seguís hablando, sin tocaros, sin medida, sin trucos. Pero dosificáis los halagos, racionáis el deseo, contenéis el ansia con dosis de chocolate y el juego continua.

Después, en esa terraza que ya has imaginado, la luna juega a ser esquiva tras las nubes y el viento ulula sobre tu cabeza. Ella, apoyada en el marco de la puerta habla, acerca de sus miedos, te da razón de su vida, ordenada y pacíficamente, tanto que, el deseo se confunde de carril y arremete maleducado cuando la acercas a ti, asida por las caderas, y ella juguetea nerviosa con un viejo tendedero de ropa roto.

De nuevo en el sofá, el uno junto al otro, el uno contra el otro, una canción abre las puertas a la indecorosa necesidad de tocarle, y descalza baila junto a ti. Acercas tu cabeza a su hombro, su mano en tu nuca, y hueles. Más allá del personaje que ha decidió interpretar para ti, hueles lo que en realidad es. Y ese olor te acompañará el resto de tu vida. Lo sabes, ahora y siempre, de la misma manera que sabes que la besarás y te besará, con suaves, delicados retazos de labios, de bocas entreabiertas, de manos urgentes recorriendo la espalda, de dedos apretando sus hombros, de lenguas saboreando otra lengua, más suave, más acaramelada, con el regusto a vino y deseo agolpados en el paladar. Con el inquieto sabor de la rendición en los dos. Con la delicada tersura de las cerezas amartillada en la garganta.

La luna, decidida ahora a mostrar su condición de cómplice, se desliza por su espalda, el tiempo es un axioma aburrido e inexacto, y contra el cristal de la ventana, la desnudas. La besas, la lames, la muerdes, la necesitas. Y ella se deja llevar, se retuerce bajo tus caricias, que son, siempre lo han querido ser y nunca lo han sido tanto como esa noche, disparos certeros, armas de destrucción masiva, pequeñas y fugaces ganas de doler. De atravesarse en la garganta, de clavarse en la espina dorsal, de morir matando.

Cuando te arrodillas, el horizonte ante tus ojos es ahora una pulposa y carnal frontera que separa la realidad del guión estudiado, lo correcto de lo acertadamente erróneo, lo racional de lo perseguido. Y tiene la forma exacta de tus necesidades, la anchura justa por donde penetrar y dinamitar la muralla que delimita lo que eres de lo que ella te hace sentir. Y su sexo, preñado de luna, se abre ante ti como el vértice de una realidad construida a medida.





sábado, 23 de mayo de 2009

No Volveré a Ser Joven

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma


viernes, 22 de mayo de 2009

Yo Quiero Vivir en un Anuncio de Televisión

Yo quiero vivir en un anuncio de televisión, y tener una familia perfecta. Desayunar en una cocina inmaculada, y reírme de buena mañana, luciendo mi mejor cara después de no haber dormido, sino descansado. Tomarme un millón de bichitos en una botellita que cuiden mi flora intestinal. No tener hipotecas, ni facturas, ni tan siquiera tener que comer cada día. Para decirle a mi jefe por donde se puede meter mi trabajo.

Tener un coche que no comenzaré a pagar hasta septiembre con un montón de siglas que no sabré para que sirven pero que me hacen sentir muy seguro y conducir por calles vacías mientras suena música de ascensor, y al regresar del trabajo aparcar en la puerta de mi casa.

Tener un perro al que le guste la nieve y el frío, y salir al atardecer a pasear por el campo con él. Constiparme y tomar uno de esos analgésicos que todo lo curan y que hacen que te encuentres con la mujer de tu vida a la vuelta de la esquina.

Yo quiero vivir en un anuncio de televisión y, que me atienda uno de esos tipos que siempre sonríen cuando te ven entrar al banco. Dejarme aconsejar e invertir en bonos del tesoro para tener mucho dinero y jubilarme en un adosado junto al mar.

Cambiar de desodorante y conocer chicas gordas de la talla treinta y cuatro, que usan antiarrugas a los treinta, decididas, listas, y siempre dispuestas.

Ser extra en un anuncio de colonia, decir coletillas graciosas, lavar más blanco que mi vecina, sentir la chispa de la vida. Coleccionar dedales del mundo, y usar compresas con alas.

Yo quiero vivir en un anuncio de televisión, y no ser viejo jamás.



miércoles, 20 de mayo de 2009

Hace 4 años





Brilla la hierba, suave, delicada en hebras verdosas y ocres y en la lejanía, un pájaro, difunto y clarividente se empeña en su canto. Tú y ella estáis sentados al borde del abismo, como en un cuento de Borges, como en una suite de Chopin. Inmóviles, imperturbables, desangelados.

Y el abismo os devuelve la mirada, la inflama, la hincha hasta adquirir un tamaño sobrenatural, con un resplandor flamígero e irritante que se eleva sobre los campos de oro. Hasta hacerla ascender más allá de la línea de flotación de los tejados de pizarra y las chimeneas humeantes que perforan el espacio con sus columnas, rectas, pétreas y grises.

Abajo, en el valle, en casas donde se come pan y se bebe vino, y se ríe, se llora, se folla, se reza, se duele, se duda y hasta se alumbran los rostros con la bruñida luz de los televisores mortecinos y pálidos, como cantos de un funeral. Como plañideras de un mundo que gira y gira en su puto y condenado eje de bienintencionado conservadurismo.

Pero esta tarde no, esta tarde la muerte dejo de pasar por allí. Y el viento desmenuza las hojas de los robles, y deshilacha, con una natural parsimonia sus copas ensortijadas y marrones. Esta tarde calla todo, porque solo vosotros (tú y ella), tumbados, el uno junto al otro, en un panteón romano dudáis de las mismas dudas. Solo tú y ella (vosotros) arrodillados ante el altar iriscente y salvador de esta religión, os consumís como ceniza al viento, como breves segundos, infinitos y fugaces al mismo tiempo, de eternidad, malsana, arrogante y estirada como una cuerda tensa. Lista para disparar una flecha en el centro mismo de la cotidianidad vestida de sorpresa.

El aire, brumoso y aterciopelado mece su cuerpo, se recrea con sus formas y los embozos de su cabello se pliegan mansos como tallos tiernos de bambú. Y tú, callado de pensamiento y obra, de palabras y signos, solo sientes ese momento.

Junto-a-ella, junto-a-ella…



lunes, 18 de mayo de 2009

Estadística de hoy

Llamadas de teléfono recibidas - 3
Llamadas de teléfono contestadas - 1
Mensajes de movil recibidos - 4
Mensajes de móvil contestados - 2
Conversaciones interesantes - 2
Dinero gastado en bares - 4 euros y 65 centimos
Personas besadas en la mejila - 2
Abrazos - 0
Polvos - -1
Veces que me he masturbado - 1 + 1 intento fallido
Veces que he pensado en quien no debo - 1 intento fallido
Canciones escuchadas - 67
Páginas leidas - 237
Páginas escritas - 5
Cigarrilos consumidos - 36
Gente con la que he charlado en msn - 3
Mentiras - 2
Verdades a medias - 1
Teorías expresadas - 1
Nivel de mala baba - 54% (bajando)
Capacidad para querer - 12% (subiendo)
Persona favorita del día - Irene
Estancia de la casa más usada - Salón
Frase del día - "El comportamiento animal no está concidionado por el género"
Canción más repetida - Streams of whiskey (The pogues)
Mejor momento del día - Un largo baño

domingo, 17 de mayo de 2009

Adiós, genio



Pues parece que tenía razón aquel que decía que se iban de tres en tres. Hoy se ha ido el más grande entre los grandes, el tipo que me enseñó a llorar y me descubrió que la poesía es un estado del alma.... un auténtico lobo poeta.
Descansa por siempre, Mario. El mundo no será igual de bello sin ti.




Tengo un mañana que es mio
y un mañana que es de todos
el mío acaba mañana
pero sobrevive el otro.


viernes, 15 de mayo de 2009

4 D love of God



Me he comprado una guitarra nueva, y ya van 4. ¿Qué mejor manera de estrenarla que subiendo algo recién grabado?

jueves, 14 de mayo de 2009

Pero Qué Hijas de Puta Sois (algunas)

Carlos tiene cancer de colón con metástasis y una esperanza de vida de dos meses.
Nos conocimos en la primavera de hace cinco veranos en un concierto en Zaragoza. Comenzamos compartiendo unos gramos de una hierba que él mismo cultibaba y acababos hablando de literatura beat y de los aspectos filosóficos de Blade Runner en un asiento de la estación de autobuses. Dos bichos raros.
Desde que lo conozco le ha dado tiempo de casarse y tener una hija a la que adora. Su matrimonio acabó este otoño, justo cuando se enteró de que su mujer y su mejor amigo se dedicaban a renovar tópicos gastados en la cama de un hotel. Desde entonces su casa en la playa se ha convertido en material bélico entre ellos y su hija en una goma elástica que ella usa para chantajearle.
Le telefoneé hace un par de semanas por una retorcida y falsa solidaridad masculina. Pensé que a lo mejor él tenía la receta para no sentirte solo cuando no discutes con nadie por el mando a distancia y acababó confesandome que estaba enfermo. Yo le traté de animar diciéndole que por experiencia propia sabía que los médicos son una suerte de profetas ciegos que se ponen en lo peor, para colgarse la medalla cuando los pronosticos no se cumplen. Él replicó que cuando le dieron la noticia había tres psicólogos para tratar de amortiguar el golpe y hasta yo, al que los números se le atascan en el tubo gástrico, sé que eso es malo de cojones. Cuando a mí me dijeron que me moría sólo habia un loquero. 3 a 1. Me caguen las goleadas. Confesó que se moría de miedo, que quería enterrar el hacha de guerra con su ex mujer y que le dejaran ver a su hija hasta que llegara el final era la mejor quimio que le podían administrar.
Ayer, aprovechando que el barça ganó le llamé
¿Saben que había dicho su ex al enterarse de la noticia? Que era una suerte poder acabar con la molestia que él suponía y que a su hija la verá cuando y dónde ella quiera que para eso salió de su coño.
Yo pasó de tópicos y generalizar me produce urticaria y además no me creo ni lo que yo mismo vivo pero la verdad es que; qué hijas de putas sois... (algunas)

martes, 12 de mayo de 2009

De Cuando Conocí al Demonio (extracto)


Cómo en una colosal colmena, centenares de pequeñas cabinas cuadradas de alrededor de cinco pies de lado y separadas por una pared entarimada se extendían a nuestro alrededor. Ordenadas en hileras, que guardaban una distancia entre sí que nos permitía circular entre ellas el uno junto al otro, recorrimos aquel fantástico pasillo sumido en la penumbra. Ocultos tras una discreta cortina algunos, sin nada que impidiese echar un vistazo a su interior otros, conseguí ver siluetas en el interior de aquellas celdas, de otras personas que hablaban en voz baja y parecían ajenos a nuestra presencia mientras desfilábamos entre ellos.
—No temas mirar —adivino mi pensamiento el demonio—. Si dejas la cortina corrida es una señal de que no sientes pudor ante los que miramos en su interior.
Seguimos caminando por entre aquellos departamentos, y que a mí se me antojaron como celdas de una colmena. En una de aquellas celdillas pude vislumbrar la figura de una mujer cabalgando sobre un hombre totalmente entregados a la pasión y al mas banal de los placeres, en otra, dos muchachas vestidas a la manera de hombres se besaban sin reparo alguno mientras eran observadas por un hombre vestido de mujer que les sonreía complacido.
Conté más de treinta de aquellas celdas solo en la hilera que recorrimos hasta llegar a una vacía donde el demonio me hizo pasar, imagine que el resto de las que quedaban en el pasillo estarían vacías y también quien pasara por allí podría mirarnos. Para mi alivio ella corrió las cortinas de terciopelo rojo, dotándonos de una intimidad que yo anhelaba y agradecí.
Entramos al interior de una de aquellas celdillas.
También aquel reducido espacio estaba tenuemente iluminado por una luz verdosa que no pude adivinar de donde procedía.
Sentados tal y como estábamos no supe muy bien que decir y dediqué aquellos incómodos momentos a inspeccionar con mayor detenimiento el interior de la celdilla. En el centro una mesa sobre la que reposaban dos copas y una botella de vino, que imagine ella había puesto allí, nos daban la bienvenida. Sobre nuestras cabezas, una lámpara de petróleo apagada se balanceaba parsimoniosamente estirando nuestras sombras por el suelo de madera.
—Tengo algo que darte. Tu pequeña recompensa —dijo de improviso.
Buscó en la esquina más cercana a ella y me tendió grácil un libro que tomé sorprendido entre mis manos.
Se trataba de un ejemplar de dimensiones considerables encuadernado en piel marrón y con el lomo reforzado con tiras doradas.
—“Las mil fábulas” —leí directamente de la portada.
—No es un libro cualquiera, mi niño, este es mágico. Llévalo contigo cada día del resto de tu vida.
Debió notar en mi gesto adusto e incrédulo que hacia tiempo que yo no creía en magia alguna.
—Ábrelo por cualquier página —me reto—. Ábrelo y lee un párrafo al azar.
Así como lo pido lo hice, tras lo cual me ordenó, rogándome antes que memorizase la pagina que había leído, cerrarlo y agitarlo ante mis ojos.
—Hazlo —insistió ante mi sorpresa—, agítalo ante ti y vuelve a leer el párrafo que antes leíste.
Sostuve el volumen ante mis ojos unos segundos tras los cuales lo agite frente a mi, sin saber muy bien adonde me llevaría todo aquello. Realizado tal absurdo proceder, busque entre sus páginas el párrafo que instantes antes había leído. Para mi completa sorpresa, este había cambiado. Quiero decir que sus palabras y lo que en él se narraba era diferente al que hacia tan solo unos segundos había pasado frente a mis ojos. Traté de buscar explicación en un error en la encuadernación del libro, y llegué a pensar que todas sus páginas tenían la misma numeración y allí se encontraba el truco de tan sorprendente acto.
El demonio sonrió con sorna y dio una explicación a lo que allí sucedía y que no alcanzaba yo a entender.
—Cada vez que lo agitas, cada vez que lo cierras, las palabras que en él habitan cambian de lugar caprichosas y juguetonas, por eso es el libro de las mil fábulas, mi niño... es magia, no trates de entenderlo, solo disfrútalo. Tal y como debería ser la vida, un libro que nos cuente una nueva historia cada nuevo día...
Quedé yo sumiso en mis propias meditaciones sobre lo maravilloso de un libro que jamás tuviese final y que se rescribiese a sí mismo burlándose de tal manera del oficio de escritor, que siempre había juzgado yo como él más sagrado de cuantos podían existir. El sonido del dulce vino llenando las copas me sacó de aquel ensimismamiento.
—Brindemos de nuevo —exclamo con un repentino tono de voz alegre y jovial—. Brindemos por una vida en la que aun hay lugar para las sorpresas y los sucesos inexplicables.
—Me queda tanto para eso —dije melancólicamente—, me resta tanto para esa vida de la que me hablas...
—Déjame enseñarte a ver el mundo con otros ojos, mi niño, déjame mostrarte que hay cosas que se escapan a las reglas que rigen el universo, que niegan la lógica y se burlan de la razón. No prometo estar allí para saciar tus dudas, pero si que sembraré en tu gastada alma, como si fueras nuevo en todo, un millón de preguntas, de montañas que tú mismo tendrás que escalar, sin saber si lo que hallaras en la cumbre merecerá el esfuerzo. Pero he de advertirte que ese es un camino que debes recorrer solo. Tienes mi palabra que el dolor que sentirás lo compensara una visión de cuanto te rodea que jamás imaginaste existiría. Sólo hay un mundo, mi tesoro, pero hay otros ojos con que mirarlo, ese es el truco, el pequeño truco que hará que cada día sea diferente al anterior. No mejor, ni menos malo, solo diferente, porque, mi dulce descubrimiento, esa es la clave que te librara de morir en vida...


Pocas cosas se pueden decir ante la muerte de uno de los genios de la música en este país.
Descansa en paz, Antonio.

domingo, 10 de mayo de 2009

Vicky Vegas (& the spiders from Mars)

Estoy totalmente despistado ultimamente, y olvidé que el 1 de mayo cumplió tres añitos alguien importante. Vuelvo a subir esta historieta en la que usé su cuerpo como envase. Es importante que deis al play antes de leer, es la banda sonora de toda la historia.



Vicky Vegas, la bailarina estrella del Indigo-texas el local más selecto de la parte sur de Malavista, recorre el enmoquetado local en dirección al reservado. Mueve el trasero, con las manos en jarras, guiñando el ojo y sonriendo lascivamente a los clientes del sábado noche. De vez en cuando algún osado le palmea el trasero y al final de unos dedos grasientos, alguien te tiende un billete, y ella acepta la broma de buena gana y se guarda el billete de 20 en el prometedor escote. Bordea las mesas repletas de hombres que huelen a sudor y testosterona. Deslizando sus agiles y lúbricos dedos por el borde de copas que contienen cocktails de extraños nombres: Blue Lagoon, Kiwi Benelli, 7 poderes, Sex on the beach… ¿Qué pensaría su adorable mamá, allá en una granja en el centro del país al verla así? Sedas de rejilla, el cabello corto al estilo de los añios 20, labios rojo fuego y caminando entre las mesas. Sí. ¿Qué pensaría el bueno de su padre? ¿O su primer novio, el que la desvirgó en la butaca del salón de casa una tarde de junio en que la familia había salido? ¿Creería que la pequeña Vicky había crecido tanto como para olvidar los gritos al ver la sangre sobre la alfombra?
Pero, ¿qué podía hacer una chica de provincia en la gran ciudad adicta a los coches lujosos y los hombres ricos? ¿Qué, teniendo la boca más dulce que la miel y los muslos como gelatina de ángel? ¿Qué otra cosa podía hacer, excepto mover el trasero por 50 pavos la hora, mientras David Bowie cantaba Ziggy Stardust y los hombres de Malavista fantaseaban con la entrepierna de la señorita Vegas? ¿Qué, sino meterse cada noche la extraña mezcla de codeína y clordiazepóxido que brilla en la jeringuilla, receta de un doctor asiduo del Indigo-Texas, que le proporcionaba el estimulo necesario para abrir sus piernas ante la multitud?
Ahora, Albert Rudia la espera sentado. La copa de Hennessy brillando como oro líquido bajo las ampulosas luces de neón del reservado, la boca entreabierta, asomando la punta de la lengua con ánimo lascivo, como un animal… Vicky cierra las cortinas de brillantes bolas de colores tras de sí y le mira mientras el tipo más rico de Malavista deja el dinero a su lado y ella abre las piernas… Se frota contra él como una serpiente enroscada a su pene y su boca le traga de un embate. Fuera, la muchedumbre jalea con gritos el dúo lésbico de Rose la Vie, una franchute de 42 años y pelo lacio que viajo en su adolescencia desde Normandía hasta la ciudad de la luz haciendo autostop, sólo para descubrir que no tenía el talento ni las capacidades amatorias necesarias para triunfar en el cine, y su compañera de espectáculo, la fabulosa Regina Bondie, tan bordeando la edad legal para tener sexo que, podría ser pecado el simple hecho de pensar en ella en pantalón corto… Pero para Vicky las cosas no son tan fáciles como compartir un pedazo de látex con una colegiala. No. No es tan sencillo como juntar su entrepierna a la bella Regina y jugar a Lesbos en esta isla bordeada con luces brillantes y bajo los focos que proyectan su sombra en la cortina. Ella tiene que armarse de paciencia y soportar las filias de Rudia, tales como aguantar el esperma de este en la boca hasta que él le cuenta un cuento o jugar con ciertos vegetales en los sagrados agujeros de él… Por suerte, esta noche, todo será más rápido; en el reservado no hay tiempo para jueguecitos oscuros. Pero algo va mal. Rudia se ha quedado muerto mientras la boca de Vicky le trabajaba la entrepierna…
Es Rose la Vie quien le ayuda a sacar el cadáver a la parte trasera del local. Ella, la apelmazada lesbiana haría cualquier cosa por meterse en las bragas de Vicky…
Conducen en silencio el Cadillac de Vegas hasta llegar al canal, dónde arrojaran al pobre Albert…

12 años

Retorno ingrávido y cauto
a aquel instante preciso,
a aquel tiempo (no tan lejano),
que ahora me resulta tan extraño,
como lo que un día fui

Me veo llegar,
salido de una tormenta,
rodando por la pendiente.
Lejos, muy lejos
de lo que ahora puedo llamar hogar.

Y me rió de aquella afición mía
a buscar las malas compañías,
cuando tanto me acerque,
que yo mismo acabe un día
siendo una mas de ellas.

Y fue en aquel punto de inflexión,
naufrago de mí mismo,
cuando pude comprender,
que no hay libertad más bella
que la que tus cadenas me dieron.


sábado, 9 de mayo de 2009

El Demonio y el Tiempo



Un hombre puro y honesto era atormentado por un demonio vengativo. Se le aparecía cada noche turbando sus sueños con premoniciones de mal agüero, así como recordando los momentos pasados más angustiosos para el hombre.

Desesperado decidió pedir ayuda a un hombre santo y sabio que habitaba en una montaña cercana.

Éste le recibió en su austera cueva, y escucho el relato de las angustiosas noches que el hombre le contó.

Tras escuchar la historia del hombre, el anciano sabio miro hacia el horizonte y le habló:

­­ “Ese demonio del que me hablas es, sin duda poderoso, más esto es lo que has de hacer para librarte de él. De regreso a tu casa, recoge en tus bolsillos un buen numero de las piedras que encuentres en el camino, mételas en un saco, colócalas bajo tu cama, acuéstate en ella y espera la llegada de la aparición. Cuando esta suceda, coge un puñado de esas mismas piedras y pregúntale al demonio cuantas piedras hay en tu mano. Repite esta operación unas noches, y ya veras que de seguro no vuelve a aparecer ante ti ese demonio.”

Extrañado, y creyendo que tan solo había malgastado su tiempo con aquel anciano, el hombre regreso a su casa, aun así, por el camino recogió, tal y como el anciano le había ordenado, una pequeña bolsa de piedras. Coloco la extraña petición bajo la cama, y tras acostarse, aguardo la llegada de quien perturbaba sus sueños.

No había el sueño arropado al hombre cuando un viento desolador que soplaba en el exterior, abrió la ventana de su habitación de par en par, dejando entrar, como cada noche al demonio.

Tembloroso ante una visión a la que no se acostumbraría jamás, alargo su brazo, metió su mano en la bolsa, y extrajo un puñado de piedras.

Titubeante alzo la voz dominando el pánico que le asaltaba.

“¿Cuántas piedras hay en mi mano?.” Pregunto.

El demonio dejó vislumbrar una sombra de sorpresa en sus ojos, y tras unos instantes de vacilación, grito de una manera atroz, y despareció por donde había venido.

Tres noches más duraron las visitas del demonio. Y tras su llegada el hombre repitió la misma operación, formulando la misma pregunta, con idénticos resultados.

A la cuarta noche, el hombre durmió como hacía meses no lo hacía. ,y del demonio jamás volvió a saber.

A la mañana del quinto día, el hombre se encaminó a la montaña del anciano, dispuesto a conocer el secreto que le había librado para siempre del demonio.

“ Es bien sencillo, respondió el anciano ante su pregunta, ese demonio no existía si no en tu interior, pues solo recordaba lo que tu recordabas, y aventuraba los presagios más aciagos que tu mismo ideabas, basándose en esos recuerdos, así pues, no podía saber cuantas piedras había en tu mano cada noche, puesto que ese demonio solo se alimentaba de tus recuerdos, y dudas, no de tu presente, ya que ni tu mismo sabes de que consta este.”





Moraleja; las cebras no tienen úlcera.