lunes, 24 de junio de 2013

F.I.N.E.

Las banderas del paseo marítimo se agitaban como, se podría decir desde un punto de vista menos oblicuo a una realidad finjida, poseidas por entes que se pasearan de este a otro mundo de un modo literal. 
Meciéndose con la brisa que traía recuerdos de un pasado turbulento, los ecos de las ropas susurraban en el relente de la noche como ángeles caidos en desgracia. Se había ido de la ciudad, y me sentía huerfano de lo poco que me daba en virtud de algún acuerdo sellado en tiempos mejores; tiempos menos asesinos y desde luego, infinitamente más tangibles.
-Debo alejarme unos días -me dijo mientras rellenaba la maleta de silencios que brillaban bajo la luz de los focos.
Yo asentí mansamente.
-¿Es alguna especie de castigo? -pregunté, aventurándome en un terreno que ya, definitivamente, me estaba vedado.
Sus ojos me miraron antes de emitir una especie de quejido que flotó por la habitación mucho más tiempo del que hubiera deseado.
Negó con la cabeza.
Fuera, un ululante fulgor lunar se filtraba por entre las rendijas de la persiana (GDJsN).
-Entonces -dije interponiéndome entre él y una pila de ropa del verano pasado-. ¿Por qué siento que esto es una especie de diaspora? Un... exilio.
-Volveré cuando estés listo. Quizá -¿algo parecido a una lágrima en sus ojos?-, cuando cruces al otro lado y lo hagas real...
Ya no hubo más respuestas. Se alejó, maleta en mano y yo me quedé viéndome alejarme de mí mismo en un exilio veraniego con sabor a Pentotal...