viernes, 22 de febrero de 2013

Indolence


Resoplé como una vieja máquina espress nada más aposentar mi trasero en el sofá de 3 plazas.Un sonoro y rotundo HMMMMRRRLLL que se mezcló con el quejumbroso sonido del cuero que el asiento emitió al recibirme y que recordaba peligrosamente a un pedo. La habitación estaba fresca y olía a algún ambientador floral. Me removí nervioso en el asiento y el sofá volvió a soltar un ruidito de lo más sospechoso. 
Desde allí, si uno se asomaba podía ver al otro lado de la cristalera la calle principal, tan desierta como de costumbre a excepción de un par de furgonetas que desafiaban el sopor estival. Sus carrocerías brillaban como cagarrutas ambarinas hasta perderse en el desierto. Nubes de polvo se alzaban débiles bajo el sol del atardecer junto a la señal de entrada al pueblo. "BIENBENIDOS A APATÍA", rezaba errático. Algún hippie puesto de ácido hasta arriba lo había rotulado a mano en los setenta y tras cometer la, posiblemente, falta de ortografía más vehemente y pública del mundo, a Tell' Alie, alcalde por entonces del pueblo, no se le ocurrió nada mejor que comprar un bote de pintura negra en la ferretería local y simplemente tachar la palabra BIENBENIDOS con pulso tembloroso.


Me incorporé y rebusqué en la mesita de centro a la caza y captura de una revista que no hablase de antiguas estrellas de cine o por lo menos donde no apareciesen viejas glorias de deporte anunciando laxantes. Tras desistir en mi búsqueda me limité a observar a  mis acompañantes de modo distraido.
No se podía decir que la consulta estuviera precisamente a rebosar, pero,  encontrar a alguien más que a la señorita Pas DeBurree, enfermera y recepcionista y un par de viejos asmáticos esparando para recoger recetas de antitusivos y tal vez Diazepan, me sorprendió. En realidad eran seis personas las que me acompañaban. Además de la señorita Pas DeBurree que ojeaba un catalogo de ropa del tipo: "¡Dulce Madre de la Pedofilia Anorexica!"  había una mujer gruesa entrada en la cuarentena con el pelo recogido en una coleta, una pareja de ancianos plomizos que se miraban con gesto grave, un muchacho de unos dieciseis con un serio problema de acne y un tipo entrado en la cincuentena con las manos apoyadas mansamente sobre los muslos a las que miraba totalmente concentrado; como si temiese que fuesen a convertirse en algun tipo de garra por ensalmo o simplemente se fueran a evaporar ante sus ojos.  


Tras cinco minutos observando al Señor Manos, como le bauticé, mi interés se difuminó. Me entretuve entonces contando las baldosas del suelo y calculando mentalmente el tamaño de la sala a ojo. Cuando llevaba un total de 16 baldosas en el extremo sur y 13 en el oeste (lo que daba la cifra de 33 metros cuadrados) la voz melosa de Pas DeBurree me invitó a entrar. 
Al levantarme, el sofá hizo de nuevo un revelador ruido y habría jurado que la pareja de ancianos esbozaba una sonrisa a medio gas en su rostro cetrino. 
-¿En qué le puedo ayudar? - preguntó el doctor incluso antes de señalarme una silla donde sentarme. 
-Me aburro... ¿Tiene algo contra la apatía? -respondí encogiéndose de hombros.

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