jueves, 16 de abril de 2009

Sin título. Parte I

Mauricio se dejó caer en la cama de la habitación. Exhaló un profundo suspiro y cerró los ojos. En la negrura que se extendía bajo sus parpados aún permanecía la imagen y las formas de la carretera. Siempre que viajaba le sucedía lo mismo, cómo si se hubiera cosido a su retina, el paisaje que había desfilado al otro lado del cristal delantero durante horas se le aparecía durante un buen rato. Se frotó los ojos con fruición tratando de hacer desparecer aquellas imágenes e incorporándose echó un vistazo al cuarto.

—No está mal para ser un hotel de tres estrellas —se dijo mientras se sacaba los zapatos.

A los pies de la cama su maleta, una pequeña y práctica Samsonite de color hueso, parecía corroborar su apreciación lanzando un débil destello dorado al sol del atardecer.

Se levantó y barrió con la mirada la estancia. Los muebles, un pequeño escritorio con una silla de madera dónde se alineaban varios sobres y hojas con el membrete del hotel y una discreta mesita de noche dónde reposaban el teléfono y una guía de negocios local, aunque viejos, no presentaban marcas ni rasguños y las paredes, dónde colgaban un par de láminas de escasa calidad de dos oleos de Van Gogh, parecían haber sido pintadas recientemente. Un armario empotrado de puertas correderas cuya superficie exterior era un espejo que en el que se reflejaba la habitación se extendía frente a la cama. Los suelos, de tarima en un color pálido y apagado necesitaban urgentemente una remodelación y en cuanto a la cama, había podido juzgar que era cómoda aunque el feo color oscurecido por los numerosos lavados de las mantas no animaba demasiado a meterse en ella. Pero a pesar de ello, el aspecto de la habitación era acogedor y práctico. Nada de lujo superficial pero, bien mirado en peores lugares hubo de haber dormido en otras ocasiones.

—Nada mal por sesenta euros la noche —se animó.

La puerta del baño se hallaba a izquierda de la cama, se acercó moviendo lentamente el cuello para sacudirse la tensión acumulada del día y la empujó levemente. A la luz del fluorescente, que parpadeó unos instantes antes de iluminar la estancia, un espacio limpio y blanquecino se abrió. Descorrió las cortinas plásticas de la ducha y se desnudó dispuesto a sacudirse la tensión dejando que el agua se la llevara cañería abajo.

Cuando quince minutos después salió, aún con el cabello húmedo y vestido sólo por una toalla a la altura de la cintura, se dedicó a sacar la ropa de la maleta y colocarla escrupulosamente ordenada en el armario corredero. Había pasado más de la mitad de su vida en habitaciones de hotel como aquella y siempre, al contemplar el espacio que horas antes otra persona había utilizado, le saltaba las mismas preguntas: ¿Quién había dormido en aquella cama? ¿Quién había utilizado el secador de pelo del baño? ¿Qué manos habían asido el pomo de la puerta? ¿Era un hombre? ¿Había sido una mujer? ¿Alguien de mayor edad? ¿Más joven quizá? Como fantasmas, Mauricio podía imaginar figuras lánguidas recortándose a la luz que se filtraba por la ventana, de seres con quienes había compartido el mismo espacio. Sentándose en la misma cama en la que él se hallaba ahora. Descorriendo las mismas cortinas amarillentas para echar un vistazo ahí fuera y no perderse en la inmensa soledad de uno mismo. Caminando por el mismo frío suelo, recorriendo con la yema de los dedos la superficie rugosa de los muebles, asomando sus rostros anónimos al espejo del cuarto de baño. Huellas que casi podía adivinar de personas ajenas se hallaban impresas por todo el cuarto. Por las paredes, en el mando a distancia de la televisión, en el marcador del teléfono. Escamas de piel que se apretujaban en el lavabo, bacterias acechando el momento de invadir un nuevo hábitat, cabellos, pedazos de uña. Todo un universo caleidoscópico, microscópico y vivo que compartía con unos perfectos desconocidos. Unos se habían ido y él había llegado pero, su presencia se sentía aún como un cálido tacto ambarino en cada fibra del cuarto. Mauricio podía sentirla aún, con tanta intensidad como la luz del sol en su piel. También él se iría en un par de días y tal vez la habitación sería ocupada por otros desconocidos. Y aquella especie de conexión, aquel cordón umbilical lejos de producirle desagrado, le hacía sentirse seguro. Concebía un sentido del espacio y el tiempo correcto y tangible a su existencia.

Se incorporó y se decidió a adelantar algo del trabajo del día siguiente. Su labor como representante de la segunda empresa nacional por volumen de venta de tornillería y soportes de fijación podía parecer sencilla a simple vista: visitar a los clientes una vez cada tres meses, fingir interés en sus negocios, invitarles a comer, a cenar o de putas dependiendo del tipo de persona con quien tuviera que cerrar el trato y anotar después el pedido correspondiente. No en pocas ocasiones había tenido que escuchar de labios de su jefe que su trabajo bien podría representarlo un mono siempre que se vistiera correctamente, conociera el catálogo de productos al dedillo y atendiera una suerte de elementales reglas de cortesía. Pero lo cierto, era que el trabajo de Mauricio, además de obligarle a desplazamientos frecuentes a lo largo de todo el país y a la lógica presión de quien justifica su sueldo con números cada mes, tenía un inconveniente que todo el mundo parecía pasar por alto. Vender soportes fijos era, sencillamente la cosa más aburrida que alguien podía hacer en su vida.

Se sentó frente al escritorio y abrió el portátil que emitió un brillo azulado tiñendo el cuarto de una atmosfera tibia y apagada. Tras 45 minutos, redactando emails, organizando visitas, realizando los preparativos de las visitas del día siguiente en definitiva, dio por zanjado el asunto y echó la cabeza hacia atrás, reposando la espalda en la silla. Al hacerlo, su mirada se topó con la rejilla de salida del aire acondicionado alojada en la falsa viga que se alzaba sobre su cabeza y que emitía una vibración molesta que hasta entonces, enfrascado en su trabajo, había pasado por alto. Se levantó y estiró su cuerpo alzando las palmas de la mano para sentir la corriente fría. Cómo había previsto, el aire no circulaba con fluidez y tan sólo pudo sentir una ligera brisa tibia, y demasiado lejana para refrescar la estancia. Bien pensado, hacía calor en la habitación y le pareció sorprendente no haberse percatado antes de ello. Se encaminó con paso decidido hasta el mando del equipo que se hallaba empotrado en la pared junto a la entrada y trasteó con él unos minutos, sólo para comprobar que el problema no se hallaba allí sino en la misma rejilla de ventilación. Regresó bajo ella y lanzó una inquisitiva mirada. Decidido, acercó la silla a modo de hacerla servir de apoyo y se encaramó sobre ella. Mirando de cerca daba la impresión de que el problema se limitaba a que algo obstaculizaba la salida de aire, haciendo así mismo que fuera la causante de aquella molesta vibración. Lanzó una mirada con más detenimiento: La tapa metálica parecía no estar atornillada sino simplemente alojada mediante presión en la boca de salida y daba la impresión de poder ser sacada sin demasiado esfuerzo. Lanzó un gruñido a modo de demostrar su fastidio y juzgó si debía llamar a recepción para ordenar que repararan la avería o intentar solucionarla él mismo. Bien pensado, si llamaba a recepción podía prepararse a esperar un buen rato por un técnico que se limitaría, en el mejor de los casos, a hacer algo que el mismo podía hacer, demostrando unos modales y cortesía nula. Y ello, contando que el hotel dispusiera de un encargado de mantenimiento disponible 24 horas al día, si no, nadie vendría a echar un vistazo hasta el día siguiente como pronto. Podía por supuesto exigir que le cambiaran a una habitación dónde el aire acondicionado funcionara correctamente pero, eso supondría afrontar una serie de inconvenientes, como obligarle a rehacer las maletas, que no estaba dispuesto a soportar si podía evitarlo. Así que totalmente decidido, colocó las yemas de los dedos bajo la carcasa metálica y tiró con fuerza de ella hacia afuera. Esta salió sin demasiado esfuerzo y Mauricio la depositó en el suelo, dejándola caer con cuidado. Volvió a acercar su cabeza y observó dentro. A simple vista, desprovisto de la rejilla protectora, resultaba evidente que el problema se debía a que un cuerpo extraño alojado en el interior del tubo. Introdujo su mano en el interior del mismo y la extrajo instantes después asiendo una pequeña bolsa de tela que acercó a sus ojos. Sorprendido se la quedó mirando en un hito y no dejó de hacerlo hasta que, de un salto, bajó de la silla. Ya en el suelo, la observó con más detenimiento. Se trataba de una bolsa negra de asas y cerrada con una cremallera y a juzgar por su peso parecía no estar vacía. Pero, ¿quién había dejado eso allí? ¿Algún técnico de mantenimiento había olvidado su bolsa de herramientas? La palpó con cuidado, dentro no se adivinaba ningún objeto metálico. Entonces ¿algún huésped? Pero, ¿por qué la había ocultado en tan elaborado escondite? ¿Qué debía contener para que alguien se tomara tantas molestias? Y si era así, ¿por qué la había dejado olvidada tras dejar la habitación?

7 comentarios:

  1. GUAO, me encanta lo descriptivo y detallista con q narras las cosas (en tercera persona, aunq tengo la impresion q eres tu), siento una ligera envidia sana no tener la capacidad de imaginar situaciones y poder narrarlas, simplemente porq soy mas fria y calculadora (pa algo estudie ingeniera) y por eso soy mas abstracta y visual. Me sorprende q empieza con un toque de aburriemiento pa luego sumergirse en la rutina, despues pasa a un breve mosqueo q le lleva a descubrir algo q le asombra (y dejas en la duda,,, para la imaginacion del lector) de q carajos es lo q habia ahi!!!

    ;)

    Ally_trekking

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  2. ¿Una rata? ¿Un bocadillo olvidado? ¿Una mano?

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  3. Ally, garcias, cielo. Creo que el único mérito que tengo ahora mismo es tener tiempo libre y poder utilizarlo para escribir... pero gracias
    Ilión, curiosity kills the cat...
    subiré la segunda parte

    besos de lobo

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  4. Ah...lo que uno puede llegar a olvidar en algún sitio y que sea totalmente causal...para que otro haga con ello...eso.

    Besitos Tito..

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  5. ains q malo q yo no tenga tanto tiempo libre, yo q tu me iria pal monte, con las ganas q tengo de agarrar mochila y patear. Pero por otra tampoco me quejo porq es verdad q con tanto tiempo libre uno se vuelveria loca y mas aki q no tengo realmente a nadie, al menos en mi ex-patria tengo amigos y monto de gente dispuesta a la aventura de montañismo, selva y de competiciones... ainsss

    ¡¡¡ANIMO CORAZON DE LIMON LIMON, ya pasara (aunq el futuro pinta algo gris)!!

    MUCHOS ABRAZOS

    ALLY_TREKKING

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  6. Sobrina, lo que la gente olvida otros lo desean... supongo.
    besazos cruza-charcos... cuando te vienes?

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  7. al fin pa cuando la segunda parte del suspense???

    =)

    Ally_trekking

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