viernes, 24 de abril de 2009

Sin título. Parte II

Primera parte aquí



Para las ocho y media de la mañana, Mauricio ya había anulado todas las citas del día y telefoneado a la oficina para dar cuenta de que se hallaba enfermo. Mentía. Tras colgar el móvil, que arrojó sobre la cama sin hacer, se sentó en el escritorio y miró a través de la ventana. Fuera el sol pugnaba por desperezarse entre un grupo de pesadas nubes violetas y una brisa agitaba nerviosamente las copas de los árboles que flanqueaban el parking del hotel, donde su Toyota permanecía en el mismo lugar donde lo había dejado la víspera. A pesar de ello todo parecía presagiar un día soleado de primavera y la temperatura seguramente acabaría superando los veinte grados. Barrió con la mirada la habitación y sus ojos, de modo inevitable se posaron en la pequeña bolsa de viaje que permanecía a los pies de la cama Tamborileó nervioso los dedos sobre la veteada madera del escritorio y trató de fijar su atención de nuevo en el exterior. Finalmente, tras varios intentos frustrados por olvidar durante unos segundos la bolsa, se levantó decidido encaminándose a ella. La depositó con cuidado sobre la cama y descorrió la cremallera tal y como hubo hecho horas antes. La ingente cantidad de billetes que contenía a duras penas, se desbordó y un par de fajos anudados con una goma elástica, que no debían sumar menos de seis mil euros cayeron sobre la colcha. Mauricio se apresuró a meterlos de nuevo y se mesó el cabello con un gesto de nervioso. Por inercia echó un rápido vistazo a su alrededor. Por supuesto, no había nadie a parte de él en la estancia pero eso no le tranquilizó. Cerró, no sin dificultad la bolsa y la dejó sobre la cama. Se incorporó, paseo visiblemente azorado por la habitación durante un buen rato y volvió a abrir la bolsa otro par de veces en el transcurso de los siguientes quince minutos. Tiempo en el que también encendió un par de cigarrillos que dejó consumirse casi en su totalidad en el cenicero de cristal y volvió a contemplar la agitada danza entre los olmos de la calle y el viento. Incluso se lavó los dientes frente al espejo del baño para quitarse el mal sabor de boca que el tabaco le había dejado. Todo ese tiempo, la bolsa había permanecido tanto en su cabeza como sobre la gastada colcha. Después, se quedó nuevamente mirando la bolsa en un hito y trató de serenarse. Respiró hondo y volvió a abrir la cremallera. La posibilidad de que la ingente cantidad de dinero que había encontrado por puro azar en el conducto de ventilación se desvaneciera era simplemente ridícula pero, por extraño que pueda parecer, Mauricio estaba convencido de que aquel hecho, sumamente anómalo, era una realidad tangible. Se equivocaba. El día anterior, tras superar la sorpresa inicial, había desparramado el contenido de la bolsa sobre la colcha y había comprobado atónito que la cantidad de dinero de la bolsa sumaba la bonita e infrecuente cantidad de un millón ciento veinticinco mil seiscientos veinte euros. Todos en billetes usados, de diferentes valores y numeraciones y todos separados en fajos anudados con gomas elásticas. De nuevo paseó por la habitación y volvió a preguntarse qué iba a hacer con aquel inesperado regalo de la fortuna.

Media hora después seguía sin decidirse acerca de ello; las dudas se agolpaban en su cabeza como los garbanzos en una olla a presión. Su primera reacción, anterior al conteo del dinero, había sido dar aviso a las autoridades pertinentes o cuanto menos notificar a la recepción el sorprendente hallazgo. Aquel dinero no sólo no le pertenecía sino que podía haber sido fruto de un acto delictivo. Pero bien pronto descartó aquella posibilidad; la cantidad de dinero que había encontrado era suficiente para poder vivir el resto de su vida sin preocupaciones. Suficiente para no compartirlo con nadie. Suficiente para marear a cualquiera. No es que Mauricio no fuera un hombre integro o temeroso. Como a todo hijo de vecino le habían enseñado que encontrar algo no legitimaba que se lo quedara y por supuesto, la posibilidad de que el verdadero dueño de aquella cantidad fuera un ladrón que haría lo que fuera por recuperarlo le asustaba pero, era tanto dinero… se acabaría madrugar, conducir cientos de kilómetros en un viejo utilitario de renting para dar jabón a un montón de clientes a los que no sólo no aguantaba sino que despreciaba profundamente. Se acabaría aguantar las broncas del inepto de su jefe, los balances mensuales, los informes diarios, el andar siempre con un as en la manga para fingir que cedía en los tratos. Podría dedicarse a ver pasar la vida sin preocupaciones de ningún tipo, a viajar. Había tantos lugares a los que deseaba ir: Nueva York, Praga, Florencia, El Cairo, Paris. Iría hasta todos ellos a bordo de un avión en primera clase y se dejaría llevar por todas aquellas rutilantes ciudades en brillantes coches de lujo que no conduciría él. Se alojaría en hoteles de cinco estrellas dónde todo el mundo le haría una reverencia al verle entrar y a los que obsequiaría con billetes que comprarían un trato especial durante su estancia.

Para las nueve y cuarenta minutos, Mauricio lo había decidido: se quedaría el dinero.

Pero debía actuar de modo astuto y con rapidez. Desconocía si el legítimo dueño de la bolsa había caído en la cuenta de su olvido pero no podía perder el tiempo y arriesgarse a que le encontrara allí. Se quitó la ropa, que dejó tirada sobre el suelo y se metió en la ducha. Para cuando salió, ya tenía un plan en su cabeza.

Sacó un par de camisas de su maleta. Envolvió todo el dinero menos un fajo en una de ellas, desparramándolo sin miramientos y anudándola de modo rudimentario pero firme y utilizó la otra para limpiar todo lo bien que pudo sus huellas de la bolsa. Se encaramó a la silla y colocó la bolsa en el interior del tubo de ventilación utilizando la camisa a modo de agarradera. Colocó la rejilla de seguridad tomando todas las precauciones posibles para de no dejar marca alguna en la pared y limpió los lugares donde hubo tocado con sumo cuidado. Después se deshizo de la camisa arrojándola a la papelera del baño y saco toda la ropa del interior de la maleta para alojar el dinero en el fondo. Una vez colocado en su improvisado hatillo, volvió a meter la ropa de modo pulcro y ordenado en la pequeña Samsonite y la ocultó bajo la cama. Cogió el fajo que había dejado fuera y salió al pasillo del hotel.



4 comentarios:

  1. A veces encontramos un aparente tesoro, nos exalta, nos llena y creemos que si lo poeseemos nos entregara todo aquello que necesitamos...la verdad puede ser totalmente opuesta ...quizás sea solo el inicio de la perdición...

    Beso tito...

    ahhh es verdad lo olvidad...Me gusta.

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  2. gracias por publicar la segunda parte (me temo q hay una tercera por el final abrupto..)

    me rei con lo de los garbanzos en una olla de presion, tambien podia haber sido como ironia colocar: como las palomitas explotando en una sarten tapada a punto de reventar por los costados (jijijiji)

    ahora, cual sera el siguiente paso?? la mafia?? la iglesia detras de mauricio?? el conejo de alicia en el pais de las maravillas??? o el chapulin colorado??

    atrapa la historia =)

    ALLY_TREKKING

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  3. No sabía que estabas... Me permito enlazarte.
    Besos

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  4. Bueno, me has dejado pensativa, yo no hubiera sabido qué hacer...

    Besicos

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