jueves, 25 de agosto de 2011

45N 74W

Instalado en una zona geográfica que iba más allá de paralelos y meridianos. Con la cabeza en una región concreta al norte de los grandes lagos, calibré las posibilidades. Analicé las posibles variables. Fluctuando como un punto y coma al final de una frase inconclusa...

Las paredes del hotel exudaban una grasienta especie de resina vaporosa A veces, su horfandad se convertía en algo parecido a un gas nacarado, que había flotado en la habitación en semanas anteriores, en sueños pasados. Pero ahora, se descolgaba de las paredes, rezumaba de cada poro de la piedra y formaba las siluetas de las-mujeres-que-no-supe-amar. La atmosfera se tornó más opresiva que de costumbre y amenazó con inundar el pozo de aquella alma a la que casi nunca prestaba atención y ahogarme en un sinsentido de conversaciones pasadas e inventadas chacharas con, supuestamente, fantasmas ajenos, acerca de la vanal e infinita entropía que regulaba aquel universo. Alejé de un manotazo aquella sensación.

Me deslicé apoyando mi espalda en la pared, abrazando aquel tormento en forma de pasado imperfecto. La energía de aquel lugar se deslizaba pendiente abajo, lo sentía en las tripas, alejándome, con aquel axioma roto en forma de ley física, de cualquier futuro en el que las cosas funcionaran en un determinado orden alterno. La entropía se reducía. El universo se volvía menos predecible desde un punto de vista heterogeneo, pero de algún modo, aquella aberración cuántica me facilitaba las cosas. Las atomizaba haciéndolas más plegables ante mis impulsos.

Con las rodillas a la altura del rostro, me aferré a aquel trozo de papel. Aquella recien llegada carta que me ofrecía huir de aquello y mascullé, en forma de quedo suspiro, una especie de queja que no iba más allá de la promiscua sensación de conmiseración propia. Me alejé un par de pasos al oeste para tomar perspectiva:

Le chate noire, el Cinema Pine de la Rue Valiquette, la pattiserie en la esquina Boulevard Sainte-Adèle con el Chemin Pierre Péladeu, el cafe Morin, La Cachette, el Viva Bistro...



En el transistor, que inundaba la habitación con un tempo monocorde, Randy Renaud contestó una llamada de una oyente de alguna parte entre Montreal y Toronto, donde las montañas se tornaban azules a medida que el Gran Norte se acercaba ante mis ojos, y dio pasó a una pretenciosa canción de Love and Rockets; dejándome sumido en un estado que basculaba entre el miedo y la esperanza. Eran las 8:43PM , 6 horas más en la otra parte del mundo, y del mismo modo en que, como dos regiones confluyentes, aquella ambigua sensación de estar en dos sitios a la vez se transformó en algo, me atrevería a decir tangible, el cielo pareció brindarme una pausa y decidí.

1 comentario:

  1. Decidir suele ser el momento más ambiguo, y a la vez el que ha concedido ya la certeza de un tal vez.

    Beso-te Tito!

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