martes, 16 de agosto de 2011

Tell No Tales

-Tengo ganas de besarte –dijo.

Fuera, las luces de la ciudad hervían con el calor de agosto y un halo casi visible se extendía a nuestro alrededor.

Yo no tenía demasiadas ganas pero la inercia, esa puta que a veces se disfraza de alquimista me hizo bascular en su dirección. ¿Cómo es besar a alguien a quien a veces has echado de menos? Supongo que la sensación debe ser similar a cuando un mago te revela un truco.

Tras los besos llegaron las prisas por irnos a la cama, otra vez la inercia pero esta vez teñida de deseo falso. Después, cuando sudorosos mirábamos el techo de la habitación ella intentó abrazarme y yo me zafé esgrimiendo las ganas de encender un cigarrillo para saltar de la cama.

Es curioso cómo no soy capaz de pensar de modo correcto en postura horizontal pero, cuando mis pies descalzos tocaron el tibio suelo de madera, recordé porque ya no la quería. Mientras buscaba en el bolsillo de mi camisa el paquete de tabaco la miré de reojo. Resulta incomprensible el modo en el que “ahora” lo es todo. Había habido “ahoras” en los que creí quererla. “Ahoras” tan cargados de intención en que habría llorado por no olvidarla. “Ahoras” tan anclados en ciertos principios generales e inherentes a todo lo humano en que tan solo me habría bastado con desearlo para ser parte de ella. Pero la relatividad y la querida entropía jugaban en nuestra contra y ese “ahora” no se encontraba ni remotamente cerca de aquel espacio-tiempo. Arrojado lejos del mundanal ruido sordo de los fuegos artificiales de aquel tiempo pasado, ya no sentía nada.

-¿Qué haces? –pregunto con un hilo de voz (¿o tal vez solo me lo parecía mí?).

-Me estoy vistiendo.

Sentado en la cama, buscando mis pantalones entre el montón de ropa del suelo, podía escuchar la caldera comenzando a bramar a mi espalda.

-¿No te quedas a dormir?

-¿Desde cuándo te has vuelto tan perspicaz?

Hubo un silencio en el que cabría un universo y que abarcaba incluso segmentos de tiempo tras de sí antes de que ella volviera a hablar.

-¿O sea que esto ha sido un polvo para ti? ¿Es eso?

Obvié los reproches e ignoré los signos de interrogación que yacían como centinelas difuntos en la frase y me puse en pie.

-Si quieres la verdad. Ha sido menos que eso.

Debería haberme ido sin decir nada más. Dejando las palabras a modo de bisagra para cerrar la puerta pero supongo que nunca he sabido mantener la boca cerrada y como premio a mi ineficacia una tormenta de reproches me acompañó hasta el rellano. Lo último que escuché fue la puerta cerrándose y rompiendo la quietud que envolvía la escalera.

Después, mientras conducía de regreso a casa rebusqué en el saco de las frases hechas o imaginadas, pero no pude lograr una frase final que apuntillara aquel torpe intento.

1 comentario:

  1. Tito la inercia térmica es terrible...terrible, lo que no tiene remedio es terminar percibiendo como una "masa" las emociones de los otros, que creen que nada cambia...nunca ;)

    Un abrazo

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