lunes, 25 de mayo de 2009

JADE (permiso para recordar)

La autopista, como un espacio atemporal y sumiso se resquebraja bajo los neumáticos. Se comba, se estira y fluye como un rio elástico y en calma. Tú conduces mientras el sol huye por la ventanilla trasera, mientras cansado recorre el eje invisible de su parcialidad. Y el cielo cambia de color, del azul cobalto, a la más profunda oscuridad, y se divide en franjas que segmentan el azul en una infinidad de otros azules. Más oscuros y acerados.

Cuando dejas atrás el peaje, la luna sonríe en el este y tú recorres un tramo de autovía y después un camino de callejuelas y aceras estrechas, por donde circulan, insomnes como ballenas varadas, peatones que no saben de ti, que te ignoran tras un breve conato de interés para regresar a sus vidas instantes después. Y la voz de ella en el teléfono móvil te guía y sigue siendo lejana, como si la línea se extendiese hasta otro mundo, otra vida. Pero la imaginas, la sientes fluir bajo tus zapatos, sientes como tuyo el peso indoloro de sus pasos, de sus mañanas, de sus tardes anaranjadas, de esa otra vida desde la que ahora te habla atropelladamente. Y la imaginas, subiendo esa cuesta que desemboca en otra cuesta, y doblando esa esquina que acaba, irremediablemente, en otra esquina, con los zapatos de tacón resonando entre nubes de perfume. La imaginas consultando el reloj, camino de su vida pacífica y llena de planicies hasta que os cruzasteis, el uno con el otro, el uno contra el otro. La imaginas, hasta que la ves. Tal y como imaginabas. Tal y como ella siempre mantuvo. Serena, dulce, tan guapa que tienes que mirarla dos veces.

Dos besos, un té con jazmín y una copa de vino después vuelves a mirarla mientras habla. Sentados en el sofá. Los gestos, la infinita quietud de sus ojos cuando te mira, el olor, vaporoso y almibarado que desprende, todo te embriaga. Te hace sentir lejos, tan lejos que temes rozarle, por miedo a que se desvanezca. Mientras la luna se alza en el cielo, seguís hablando, sin tocaros, sin medida, sin trucos. Pero dosificáis los halagos, racionáis el deseo, contenéis el ansia con dosis de chocolate y el juego continua.

Después, en esa terraza que ya has imaginado, la luna juega a ser esquiva tras las nubes y el viento ulula sobre tu cabeza. Ella, apoyada en el marco de la puerta habla, acerca de sus miedos, te da razón de su vida, ordenada y pacíficamente, tanto que, el deseo se confunde de carril y arremete maleducado cuando la acercas a ti, asida por las caderas, y ella juguetea nerviosa con un viejo tendedero de ropa roto.

De nuevo en el sofá, el uno junto al otro, el uno contra el otro, una canción abre las puertas a la indecorosa necesidad de tocarle, y descalza baila junto a ti. Acercas tu cabeza a su hombro, su mano en tu nuca, y hueles. Más allá del personaje que ha decidió interpretar para ti, hueles lo que en realidad es. Y ese olor te acompañará el resto de tu vida. Lo sabes, ahora y siempre, de la misma manera que sabes que la besarás y te besará, con suaves, delicados retazos de labios, de bocas entreabiertas, de manos urgentes recorriendo la espalda, de dedos apretando sus hombros, de lenguas saboreando otra lengua, más suave, más acaramelada, con el regusto a vino y deseo agolpados en el paladar. Con el inquieto sabor de la rendición en los dos. Con la delicada tersura de las cerezas amartillada en la garganta.

La luna, decidida ahora a mostrar su condición de cómplice, se desliza por su espalda, el tiempo es un axioma aburrido e inexacto, y contra el cristal de la ventana, la desnudas. La besas, la lames, la muerdes, la necesitas. Y ella se deja llevar, se retuerce bajo tus caricias, que son, siempre lo han querido ser y nunca lo han sido tanto como esa noche, disparos certeros, armas de destrucción masiva, pequeñas y fugaces ganas de doler. De atravesarse en la garganta, de clavarse en la espina dorsal, de morir matando.

Cuando te arrodillas, el horizonte ante tus ojos es ahora una pulposa y carnal frontera que separa la realidad del guión estudiado, lo correcto de lo acertadamente erróneo, lo racional de lo perseguido. Y tiene la forma exacta de tus necesidades, la anchura justa por donde penetrar y dinamitar la muralla que delimita lo que eres de lo que ella te hace sentir. Y su sexo, preñado de luna, se abre ante ti como el vértice de una realidad construida a medida.





2 comentarios:

  1. Mira tenía que estar ya en una cita...y me he quedado prendada leyendote. Ha sido como tomar ese té con jazmín muy cerca. Me ha gustado, si.

    Me he sentido como en ménage a trois vouyerista claro... :P

    Beso fuerte y salgo corriendo tito.
    Tqm.

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  2. Tú una cita? hmmm... si es que lo llevamos en los genes, sobrina... jajajaja
    te quiero

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