sábado, 5 de septiembre de 2009

Shibuya-Calahorra

Ella iba a llegar media hora tarde, yo 15 minutos. Me senté junto a la barra y encendí un Winston. El peor disco de Chris Rea sonaba desde los altavoces del techo y la luces de las lamparitas de las mesas aleteaban como insectos fluorescentes entre los clientes. Olía a desinfectante y de la maquina de café llegaba el soniquete de los chutes de cafeina de los noctambulos bien pensados. Una mesa con dos tipos vestidos de playa terminaban la cena y un grupo de adolescentes marcando labio y pose finjida se repartían tantos halagos como chicle de mascar. En la mesa más cercana al baño, una parejita se regalaba la boca con besos de esos que saben a viernes noche. La camarera me miró un instante mientras recorría la barra con el ceño fruncido pero sonrió al servirme y yo le devolví la cortesía obviando su escote. Miré al techo y por alguna razón que entonces no sabía, el local me transportó hasta un bar en Shibuya donde las mujeres de ojos rasgados buscan gaijines con lo que pasar la noche en un rovu hotel. Pero volví enseguida. Qué descortesía habría sido dejar a mi cita esperando por un viaje de ultramar.
Entró un tipo y pidió una cerveza para cambiar 100 pavos. Los camellos deben andar bien de cambio. Me miró un instante y debió juzgar que no era la noche para tentar a la suerte con una bolsa de varios gramos dentro del bolsillo interior de la chupa.
Y justo cuando comenzaba a olvidar porque estaba allí, su sombra de materializó al otro lado de la puerta de cristal e invadió mi atención con un pantalón marcado. Olía a perfume y sabía a mar. Pedía coca-cola y no llegaba nunca a acabarse el trago. Y yo le miraba mientras se recogía el cabello.
Regálame una foto para subir al blog cuando hable de ti.
Ni de coña.
Pero acabó cediendome los derechos de imagende un escote de lo más prometedor.
Después de un par de horas, un frenadol cargado que comenzaba a hacer sus efectos y un inutil intento de tomar tierra en sus labios, salimos del bar. Incluso el camarero se permitió vacilarme al darme el cambio de 10; este no pilla esta noche, debía de pensar mientras nos miraba desde el otro lado de la cristalera. Premio para el vidente...
En el coche pasamos del principio de incertidumbre a la radiografía interior en cuestión de minutos y nos besamos al despedirnos. O mejor dicho, ella me besó. Yo debía andar todavía por Shibuya cuando su coche se perdió entre el barullo sordo de la noche.



2 comentarios:

  1. Hala, ya está, Belén... no era esa exactamente (me daba pereza conectar el móvil y todo eso) pero era muy parecida. Ya verás como acabo poniendo la advertencia a mayores de 18... ncht

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